martes, 15 de diciembre de 2009

Andalucía: prohibido existir


Hay que borrar el mapa a Andalucía. Esa es la consigna. No del mapa geográfico, obviamente no existe la tecnología necesaria como para hacer un corte por Despeñaperros y dejarnos a la deriva en el mar, cual nueva isla. Y aun existiendo, tampoco lo harían: les costaría muchos millones de euros dejar de hacer negocio diariamente con nuestros recursos económicos y humanos, dejar de usurpar nuestras riquezas y explotar el sudor de nuestras frentes.

Hay que borrarnos del otro mapa, del mapa simbólico; del mapa de las identidades nacionales con cultura propia. Es decir, del mapa a través del cual los pueblos se hacen naciones con derechos políticos. De ese mapa hay que sacar a Andalucía, cueste lo cueste. No vaya a ser que un día al pueblo andaluz le dé por levantarse y luchar de verdad, de una vez y para siempre.

No es nada nuevo. Andalucía es la comunidad autónoma más poblada del Estado Español. Es, por tanto, la que tiene un mayor número de votantes censados y a la que corresponden el mayor número de diputados en el Congreso Español, incluso después de haber metido la tijera y haber dado a Andalucía una ratio población/diputado muy por debajo de la media en el conjunto del Estado. Es también un granero de votos para los principales partidos españoles, especialmente el PSOE. Sin embargo, cada año que pasa, uno tras otro, todos los años igual, los andaluces contemplamos la triste realidad que afecta al papel de nuestra política autóctona en el conjunto del Estado: la palabra Andalucía no es si quiera pronunciada en los sucesivos debates sobre el estado de la “nación” que periódicamente se realizan en el parlamento español. Andalucía no existe. El silencio, ante tal hecho, de nuestras voces ciudadanas así lo confirma también: ni un solo diputado electo por Andalucía es de consciencia y obediencia andaluza. Culpa nuestra, por supuesto. Andalucía no existe, poco a poco tampoco para los propios andaluces/zas.

Pero no es de extrañar. Uno sabe cómo se llama, dónde ha nacido, quién es su familia, en fin, todo aquello relacionado con los aspectos circunstanciales de su vida porque algún día así lo aprendió, habiéndolo rememorada cotidianamente después según su propia experiencia existencial. Los Andaluces/zas quisimos un día saber cuál era nuestro nombre, de dónde veníamos, quiénes éramos, en fin, reconocer nuestra identidad, y así lo hicimos. Alzamos nuestras voces para preguntar, para exigir, para decir que aquí estábamos y que teníamos que ser escuchados. Fue un largo y farragoso proceso. Desde un 4 de Diciembre de 1977 a un 20 de octubre de 1981, pasando por un 28 de febrero de 1980. De la movilización de masas, a la aprobación formal del primer estatuto de autonomía, pasando por aquella prueba del referéndum para saber qué vía queríamos para el estatuto, si la opción de máximos (art. 151 CE), o la opción de mínimos (art. 143 CE). Queríamos la de máximos. Exigíamos la de máximos. Nos ganamos democráticamente la de máximos, pero nos condenaron, ya desde el principio, a la de mínimos.

Eran tiempos en que un partido nacionalista andaluz, llamado además, para más inri, socialista, lograba sacar grupo propio de diputados en el parlamento español. Tiempos en que la política andaluza ocupaba todo tipo de portadas e informaciones radiofónicas y televisivas a nivel estatal. Tiempos en que la política española, de España como estado y de sus diferentes naciones, se veía obligada a mirar con lupa todo lo que ocurría en eso que ellos siempre llamaron despectivamente “el sur”. Tiempos en que la voz de un pueblo humilde, trabajador, pacífico pero vigoroso, fue capaz de levantarse y pedir reconocimiento. Tiempos en los que las encuestas sobre temas identitarios arrojaban resultados como este: Sólo español (19%), más español que andaluz (6%), igual de andaluz que de español (47%), más andaluz que español (9%), sólo andaluz (18%). Tiempos, en definitiva, de consciencia política de un pueblo, tiempos en los que la identidad del pueblo andaluz pedía paso a voz llena. Pero ahí terminó todo.

Aquella afrenta, aquel desafío al Estado, aquella victoria política del pueblo andaluz frente a los poderes establecidos dentro y fuera de Andalucía, debía ser castigada. Andalucía, desde aquel mismo momento, debía dejar de existir. Miedo, mucho viendo. Y vergüenza, muy poca vergüenza.

El Estado Español no se podía permitir una nueva Euskal Herría, una nueva Cataluña, una nueva Galicia en Andalucía. ¡No! En Andalucía no. Andalucía es lo suficientemente importante dentro de la estructura económico-capitalista del Estado Español como para tenerla constantemente en un clima de crispación y enfrentamiento político con el Estado. Andalucía debía morir. Andalucía debía ser silenciada. Andalucía debía volver al redil, a comer de la mano de su amo, y a obedecer la voz de sus dueños burgueses dentro y fuera de Andalucía. Andalucía no podía, no debía tener voz propia. Había que silenciar Andalucía de una vez y para siempre. Había que prohibirle su existencia, negándole su identidad nacional.

La selección española de fútbol, que había jugado el mundial de 1980 en Madrid y Valencia, debía ir a jugar de manera perenne en Andalucía. Sevilla, aquella Sevilla que al grito de “solo queremos banderas andaluzas” había tenido la osadía de desafiar los mandatos españoles, se debía llenar de banderas rojigualdas cada pocos meses.

El día de Andalucía debía ser el 28 de febrero y no el 4 de Diciembre. Lo popular y de masas, difícilmente interpretable fuera de un contexto de peticiones identitarias, era sustituido por lo institucional y fácilmente manipulable por el poder. La gloria del 4 de Diciembre dejó paso a la farsa del 28 de febrero.

Hacía falta también una radio y una televisión autonómica, no de Andalucía, si no del “Sur”. Los medios de comunicación públicos de Cataluña son de Cataluña (TV3-Televisión de Cataluña, Cataluña Radio, etc.), los del País Vasco son del País Vasco (Euskal Telebista, etc.), los de Galicia son de Galicia (TVG, etc.), incluso los de Canarias, Valencia, Castilla La Mancha, Baleares, etc. son de Canarias, Valencia, Castilla La Mancha, Baleares, etc. Los de Andalucía, en cambio, no podían ser de "Andalucía". Los de Andalucía (“Canal Sur”, “Canal Sur Radio”, etc.) tenían que ser del “SUR”: del “SUR” de España .

Por supuesto, en tal medio de comunicación autonómico se debía hablar en un castellano estándar, o, como mucho, en un andaluz cutre que no lo hablan más que los actores de sus telenovelas. Nada de hablar en andaluz. Así sigue siendo.

En los colegios andaluces se debía estudiar la Constitución Española de Cádiz de 1812, pero no se puede hacer mención alguna, ni por asomo, al proyecto de constitución federal andaluza de 1883, elaborado en la ciudad de Antequera.

Los reyes godos son reyes españoles, pero los reyes de Al Andalus son reyes árabes.

Séneca, Averroes, Maimonides, nacidos en Andalucía, no son andaluces, son Romanos o árabes, porque su cultura era la romana o la árabe-andalusí, dicen. En cambio, Picasso, Lorca, Velázquez, Alberti, Miguel Hernández, Manuel de Falla, y tantos otros andaluces, aunque nacidos en Andalucía y de cultura andaluza, son pintores, poetas, o compositores españoles, aunque no haya nada semejante a algo así como una "cultura española".

Eso sí, la “guitarra clásica”, introducida en la península por los árabes y desarrollada en sus formas actuales hacia el año 1790 en Andalucía (cuando una sexta cuerda le fue agregada al laúd árabe) no es ni “guitarra árabe” ni “guitarra andaluza”, es la “guitarra española”.

El traje de “Sevillanas”, el sombrero cordobés, las castañuelas, y tantas otras cosas características de la iconografía andaluza (¡incluso el propio toro de Osborne es original de Andalucía!), tampoco son andaluces: cada artículo del estilo que se lleva un turista de Andalucía va acompañado con su respectiva bandera española. Pasen por las tiendas de las ciudades turísticas andaluzas y lo podrán comprobar.

Incluso el flamenco ya ha dejado de ser un “arte andaluz”, para convertirse en un “arte universal”. Eso sí, universal pero con origen y raíces en “España” cuando hay que venderlo en el mundo.
Hasta el caballo pura sangre andaluz, en todo el mundo conocido como “caballo andaluz”, en España es conocido como “pura raza español”. No hace falta decir nada más.

Andalucía no existe. Andalucía no es nada. ¿Dónde vamos entonces a buscar los andaluces para encontrar nuestra identidad? Si lo político ha sido anulado, lo cultural sojuzgado y fagotizado, y la historia oficial se cuenta siempre según la visión hegemónica de una Andalucía como culmen de los español, o se anulan de pleno los hechos históricos que puedan profundizar en la historia reivindicativa, popular e identitaria de Andalucía, ¿cómo podemos los andaluces encontrarnos a nosotros mismos? No, es imposible.

Sabemos que existimos, pero no sabemos quiénes somos. No es de extrañar, por tanto, que en su momento alguien escribiese de nosotros: “Los andaluces, en contra de la opinión común, son más nacionalistas que nadie. No se hacen preguntas sobre la especificidad de su cultura «frente» a otras porque suponen, ayudados por el efecto beneficioso de la manzanilla de Sanlúcar, que la suya es la única cultura posible, y cualquiera, consecuentemente, se integrará en ella entusiasta y voluntariamente. Practican un universalismo fagocitador de culturas, una especie históricamente exitosa de mestizaje. Su cultura, de hecho, es su única patria y no consideran al no «integrado» un mal patriota, sino simplemente un bicho raro al que ofrecen, como fórmula de integración, la inmersión etílico-ritual en la fiesta”. Saben que somos conscientes de nuestra identidad, de nuestra existencia, pero incapaces de transformar tal hecho en una constante reivindicación política que nos sirva para cambiar el rumbo de nuestro futuro como vagón de cola de España y de Europa. Y, claro, se ríen de nosotr@s. No podemos culparlos por ello. La culpa es nuestra y solo nuestra. Seguimos callados, aguantando, en una palabra, sometidos. Reírse de nosotros es algo así como reírse del tonto de la clase. Algo fácil.

Ahora, en menos de un mes, hemos tenido una nueva demostración de lo fácil que resulta reírse de Andalucía, de lo sencillo que es para los poderes establecidos, dentro y fuera de Andalucía, anular, someter y atacar Andalucía sin que los andaluces/zas se sientan ofendidos y/o indignados por ello. Más aun, contando incluso con la complacencia y aprobación de muchos de esos mismos andaluces y andaluzas a los que se humilla, se somete y se anula identitariamente.

Primero fue el pago de la "deuda histórica" por el Estado en base a unos terrenos previamente robados a los andaluces de sus propias tierras. Primero nos quitan las tierras, las declaran “suelo público” español, y luego nos las devuelven en forma de pago de una deuda histórica que ese mismo Estado Español ha desarrollado para con Andalucía, en base, precisamente, a ese y otros muchos episodios de apropiación forzada de lo andaluz.

Luego vino el esperpento del 4 de Diciembre. Ese día, día nacional de Andalucía para muchos andaluces, dan banderas españolas a los niñ@s en los colegios y hasta en las guarderías de Andalucía, mientras la historia oficial oculta los hechos acaecidos en 1977 a lo largo y ancho de la nación andaluza. Tanto es así que la inmensa mayoría del pueblo andaluz, sobre todo si son nacidos después de 1975, ignoran por completo que pasó ese día en Andalucía. Nadie se lo ha explicado en la escuela. Así resulta más sencillo poder llenar de banderas españolas una fecha tan simbólica para el pueblo andaluz... y que nadie diga nada.

Finalmente nos acabamos de enterar que la selección nacional andaluza no celebrará su tradicional partido de navidad por segundo año consecutivo. Tampoco es de extrañar. En los últimos años que el partido fue disputado, las gradas se poblaron de banderas andaluzas y de pancartas alusivas a los derechos nacionales de Andalucía. Tanto en Cádiz y en Sevilla como en Jerez se hizo presente la voz de esa parte del pueblo andaluz que se niega a ser silenciada, de esa parte del pueblo andaluz que aún cree posible luchar por la defensa de nuestra identidad nacional y nuestros derechos políticos como pueblo. De esa parte del pueblo andaluz que se indigna y se levanta ante todo lo que en este artículo estamos relatando, y otras muchas cosas más. Así que había que acabar con el partido. Ni un hueco para la identidad nacional. Los andaluces/zas no podían ver, cada navidad, como una parte de un estadio de fútbol se llenaba de banderas andaluzas con una estrella roja y lanzaba gritos a favor de los derechos políticos de Andalucía, a una misma vez que el resto de los andaluces/zas se comía tranquilamente el turrón viendo el fútbol desde sus casas.

Entre tanto, eso sí, el Ayuntamiento de Sevilla ha levantado una estatua a la Duquesa de Alba, flor y nata de la más rancia tradición terrateniente andaluza, esa misma que por siglos ha explotado sin piedad al jornalero andaluz, esa misma que, en connivencia con los poderes fácticos del Estado Español, relegó a Andalucía a la condición de economía dependiente y subdesarrollada, mientras los andaluces tenían que emigrar por millones a buscarse un futuro mejor lejos de su tierra. Un hecho, que si lo sumamos a todo lo anterior, cobra mayor simbolismo: es la culminación de todo un largo proceso de humillación del pueblo trabajador andaluz, en un país donde se castiga a los que luchan por su identidad, y se homenajea a quien ha arrastrado a esta tierra a la situación, de olvido y sumisión, en la que vivimos en la actualidad.

En fin, definitivamente, Andalucía no existe, no puede existir, no debe existir: tiene prohibido existir. Vamos de Humillación en humillación y tirando porque nos toca. Aquel 4 de Diciembre, aquel 28 de febrero, toda aquella lucha por la dignidad política, el reconocimiento de nuestra identidad nacional y la autonomía, nos la están haciendo pagar con creces. No pararán hasta aniquilar la última muestra de cualquier rango identitario andaluz que no pueda ser fagotizado, usurpado y explotado por el Estado Español. Salvo que un día, por fin, los andaluces, como pide nuestro himno, nos levantemos y luchemos por lo nuestro. Un día, lejano día. Por desgracia.

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