domingo, 29 de noviembre de 2009

El pago de la deuda histórica en Andalucía: lo simbólico de una dominación colonial


Se acabó el culebrón. Fin de la historia más larga jamás contada. La Junta de Andalucía y el Estado Español, por fin han llegado a un acuerdo para hacer efectivo el pago de la llamada “deuda histórica de Andalucía”. Tras muchas décadas de idas y venidas, de cuentas y más cuentas, de devaneos y disputas jurídicas, de cambiar la perspectiva y la cuantía de la misma según en Madrid gobernase el partido afín al gobierno de Sevilla u otro de distinto color, de pactos a la baja y recortes bandoleros, de darse por hecho en incontables ocasiones el pago de la misma y al final nada, parece que, esta vez sí, el asunto está tocando a su fin.

Habrá que verlo por el lado bueno: al fin los partidos españoles dejarán de dar la tabarra con el tema de la deuda en cada cita electoral en Andalucía. Corremos el riesgo, claro, de aburrirnos de aquí en adelante en las diversas campañas a celebrar. Si poco o nada se hablaba ya de Andalucía en ellas, ahora, menos. No, no es que sea positivo que deje de hablarse de Andalucía en las campañas electorales andaluzas, pero, al menos, no tendremos que soportar más al PSOE, PP, etc. hablando y hablando sobre un tema, el de la deuda histórica, que luego no fueron capaces de solventar en sus diferentes periodos de gobierno en el Estado Español. De un tema que ya en sí mismo supone una humillación para Andalucía.

Porque, obviamente, el Estado Español tiene una deuda histórica que debería pagar a Andalucía. Pero nada que ver con los planteamientos que desde las diferentes instituciones públicas se han hecho de ella. Reducir la deuda histórica de Andalucía a una mera cuestión formal de financiación autonómica, es un insulto a la historia, el presente y el futuro de este pueblo. Hasta el mayor de los cálculos que se pudiera hacer por esta vía, sería una miseria comparado con la cuantía real de la verdadera deuda histórica de Andalucía: la que ha sido generada a consecuencia de la explotación, la colonización y la dependencia de la economía de la nación andaluza con, por y para los intereses del Estado Español. La deuda histórica con Andalucía es, pues, mucho más que una cuestión relacionada con la financiación autonómica. Incluso el espíritu de la deuda histórica que fue recogido en el primer estatuto autonómico de Andalucía de 1981, va mucho más allá de eso.

Simplemente porque no hay forma humana de calcular monetariamente todo aquello que el Estado Español ha robado, expropiado o extraído abusivamente de Andalucía desde que en 1492 conquistaran el último reino andalusí de la península: ni con todo el oro del mundo, como se suele decir, podría alcanzar para pagar todo lo que nos han quitado.

Díganme si no, cómo cuantificar todo lo que nos robaron mientras, por su privilegiada posición geográfica, convertían nuestras ciudades en florecientes núcleos de negocios con las “Indias” que eran aprovechados sistemáticamente y en exclusividad por los monopolios del Estado, mientras la miseria, el analfabetismo, la pobreza y el hambre no dejaban de aumentar, año tras año, siglo tras siglo, en toda Andalucía.

Díganme también cómo poder pagarnos las consecuencias de la tardía incorporación del pueblo andaluz a la revolución industrial, sólo porque a ustedes les vino bien que fuesen otros territorios del Estado quienes debían hacerlo primero y a costa de desmantelar toda la pronta estructura industrial que de manera incipiente vio nacer el pueblo andaluz.

Díganme además, por supuesto, cómo cuantificar todas las riquezas que han salido de nuestros suelos, tanto de los recursos mineros, como de los recursos agrícolas; los unos destinados a engrosar las arcas de aquellas empresas (colonizadoras) extranjeras implantadas en las regiones mineras andaluzas a petición y provecho del propio Estado, y las otras direccionadas, tras ser vendidas a precios de saldo, a engordar el patrimonio de los terratenientes andaluces y a surtir de materias primas los florecientes negocios industriales de otras zonas del Estado, mientras se hacía del latifundio y la explotación del jornalero el modus operandi por excelencia de la economía andaluza.

Díganme también cómo podemos hacer unos cálculos aproximados para saber cuánto dinero nos siguen robando diariamente a los andaluces/zas a través del actual sistema capitalista y de flujos de mercado establecido en el Estado Español, donde Andalucía sigue siendo la cenicienta, pero sin hada madrina que la saque de la pesadilla, y sin príncipe azul esperándola detrás de la esquina.

Andalucía, con un mercado interior en el que el 90% de los productos que se consumen no están elaborados en el interior de nuestras fronteras (frente al 68% del País Vasco y el 63% en Cataluña, por ejemplo), siendo en su mayoría productos fabricados por empresas del Estado español, con un sector financiero controlado por los grandes bancos españoles, con el negocio de los seguros destinado a engrosar las arcas de las potentes empresas españolas del sector, con unos servicios diarios (luz, teléfono, Internet, gasolina, butano, etc.) en manos de empresas españolas, con un turismo preso de los tour-operadores extra estatales y las multinacionales españolas, con una agricultura diseñada para satisfacer los intereses marcados por Europa y por el Estado, con un sector de la construcción (pública y privada) dominado por empresas españolas, en definitiva, con una economía esclava y sumisa a los intereses del estado español, ¿no sigue siendo explotada impiadosamente por el Estado Español?

Así que sí, díganme también cómo cuantificar todo el dinero que a diario sacan de Andalucía empresas, bancos u otros entes económicos como Telefónica, Endesa, Repsol, La Caixa, Mercadona, el BBVA, Banesto, Iberdrola, Gas Natural, BSCH, ACS, Dragados, Sol-Meliá, NH Hoteles, Alsina Graells, RENFE, Iberia, y demás empresas españolas que hacen caja diariamente en Andalucía en sectores claves de la economía andaluza y con el dinero de los andaluces, para invertirlo después en su propio beneficio e interés y lejos del beneficio e interés de la economía andaluza. Que sólo el 2% de las empresas que cotizan en las bolsas españolas sean originarias de Andalucía, ¿no es una muestra evidente de una economía andaluza subyugada por la estructura capitalista española? , ¿Cómo ponerle entonces cifras a un robo de tal magnitud perpetrado días tras día en Andalucía? No, es imposible.

Entendemos, pues, que el Estado Español, y sus palmeros en Andalucía, hayan querido poner cifras a la deuda histórica a través de ese eufemismo (con el que ocultar la propia historia andaluza y su sistemática explotación colonial) de la llamada “financiación autonómica”. Pero a ningún andaluz de consciencia pueden engañarlo con semejante patraña.

Para colmo, rizando el rizo de la humillación, nos hablan ahora de pagar dicha deuda histórica con la cesión de suelo público a la Junta de Andalucía. El Gobierno central y la Junta de Andalucía han acordado liquidar la deuda histórica íntegramente con la transferencia de suelo estatal, y no con dinero en metálico. Surrealista. Los 784 millones de euros que quedaban por pagar se traducirán en la cesión de la totalidad de las acciones de Agesa, que gestiona los activos de la Expo’92 en Sevilla, además de solares para vivienda en cinco provincias andaluzas.

Ahora mismo se me ocurren muchos ejemplos de dominación colonial, a cada cual más injusto, pero, simbólicamente hablando, no creo que pueda encontrarse uno de mayor envergadura que éste: El Estado Español paga a Andalucía la deuda histórica contraída con ella, a través de la devolución de suelo público andaluz robado previamente por ese mismo Estado a la propia Andalucía. Porque ¿qué es entonces el suelo público andaluz, sino andaluz?, ¿cómo es posible que se pueda pagar a Andalucía una deuda del Estado con un suelo público que está precisamente en Andalucía?, ¿No les parece una burla sin parangón al pueblo andaluz?

Es como si un condenado a pagar una indemnización a otra persona por haber entrado a robar a su casa durante una determinada noche, pacta con el beneficiario de la indemnización (y víctima del robo) pagar tal indemnización con los objetos previamente sustraídos de la vivienda de la víctima del robo, con el amparo además de la justicia, que acepta tal cosa como pago y sin pedir más responsabilidades legales de ningún tipo al ladrón. Surrealista.

Claro, todo esto sólo es posible de concebir en una tierra, en un pueblo, que ha sido despojado plenamente de Soberanía por una colonización extranjera, una colonización de siglos y siglos donde tal pueblo no ha tenido jamás opción alguna de expresarse libremente y a favor de su soberanía. Sólo así se puede pagar una deuda con lo que en esencia y origen es patrimonio del acreedor de la deuda. ¿Imaginan que un banco aceptase que usted le devolviese la hipoteca, con el dinero obtenido a través de un atraco a cara descubierta de una sucursal del mismo?

Una colonización, además, tan profunda y extensa, tanto en lo económico como en lo cultural, que hasta los propios habitantes de tal pueblo han acabado por asumir a la potencia colonial como su patria, su nación. Como si la convivencia forzada con el ladrón del ejemplo anterior llevase a la víctima del robo a tratarlo como a un hermano, por más que el ladrón le siga robando día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, y camuflando los robos con todo tipo de excusas baratas y recursos sentimentalistas, que acaban por someter la voluntad de la víctima a los designios del ladrón, su “hermano”. Sería una conducta casi patológica. Una conducta que, por desgracia, es la mayoritaria en Andalucía: dejaremos, sin rechistar, que España nos pague la hipoteca de la deuda histórica con el dinero que nos ha robado a cara descubierta en la sucursal del suelo público andaluz.

Pero quien tenga ojos, que vea. Quien tenga oídos, que escuche. Quien tenga consciencia, que entienda. Quien tenga corazón, que sienta. Y si esos ojos, esos oídos, esa consciencia y ese corazón son andaluces, que le duela. Solo así se podrá pensar y actuar, antes o después, y en consecuencia, como un andaluz/a de consciencia:

La deuda histórica andaluza sólo podría ser pagada en su totalidad devolviendo a Andalucía lo que nunca debieron haberle quitado: su soberanía.

Cualquier otra solución, no es más que una farsa para enmascarar la trágica verdad histórica que ha tenido que soportar el pueblo andaluz en el seno del Estado Español durante más de 5 siglos colonización.

Así que ni pago de la Deuda Histórica, ni hostias: SOBERANÍA, SOCIALISMO E INDEPENDENCIA.

Únicamente el día en que mis ojos pueda ver cumplidos tales sueños, daré por saldada la deuda histórica que España y la historia tienen con Andalucía. Nunca antes.

Empatía y Socialismo


"No creo que seamos parientes muy cercanos. Pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que en el mundo se comete una injusticia, somos compañeros, que es lo más importante" (Ché Guevara)

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Empatía es solidarizarse con los sentimientos de los demás.

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Somos seres tan frágiles, que toda nuestra existencia pende constantemente de un hilo, desde que somos un gameto, hasta que definitivamente damos el último suspiro.

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Estamos aquí, ahora, pero perfectamente podríamos no haberlo estado (si nuestra madre hubiese decidido abortar, por ejemplo), o dejar de estarlo en el instante siguiente, y todo seguiría su curso sin que nuestra inexistencia tenga la menor importancia.

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La vida es una casualidad del destino, una oportunidad única que no siempre sabemos aprovechar como es debido.

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Uno nace, crece, y a su alrededor crea un mundo de relaciones que lo sustentan sobre la faz de la tierra, pero, al fin y al cabo, no tiene la menor importancia de cara al devenir global del Universo. O al menos, eso parece.

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No elegimos a nuestros padres, ni ellos nos eligen a nosotros. No elegimos el lugar donde debemos pasar nuestra infancia, no elegimos nuestros genes, no elegimos la cultura que vamos a mamar como cachorros sedientos de conocimientos. Todo lo que creemos que es más propiamente nuestro, no es más que una mera casualidad del destino, un número de una rifa que nos dan, y que puede, o no, llevar premio.

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La realidad es inapelable: nacemos cuando con una simple decisión de nuestras madres podríamos no haber nacido, tenemos una familia que no hemos elegido, vivimos nuestra infancia en una ciudad que no hemos pedido en ninguna agencia de viajes, y somos tal y como el capricho de nuestros genes ha querido hacernos. Poco espacio hay en la vida para poder ejercer plenamente nuestra libertad. Quizás, sólo en el pensamiento.

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Por eso tenemos la obligación de desarrollar nuestra empatía para con los demás, de entender su sufrimiento y su gozo, de evitar cometer injusticias con ellos, y ayudarlos a luchar contra las que otros ya están cometiendo, ya que nosotros podríamos ser ellos y ellos podrían ser nosotros. Ninguno de los dos elegimos la mayor parte de los hechos que han condicionado nuestra vida.

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Realmente somos esclavos de nosotros mismos, esclavos de nuestro lugar en el mundo, esclavos del número en la rifa que nos dieron al salir del vientre de nuestra madre.

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En cambio, paradójicamente, los seres humanos dedicamos largas horas a reflexionar sobre los efectos que nuestra muerte pudiera tener para con las personas que nos rodean, pero, sin embargo, pocas veces pensamos en los efectos que nuestra no existencia, nuestro no nacimiento, hubiera tenido sobre ellos.

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Son tantas las personas que, de una u otra manera, se hubieran visto afectadas, que deberíamos hacerlo con asiduidad, fundamentalmente para combatir nuestro egoísmo.

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No solo hubiera afectado a nuestros familiares más directos, que probablemente hubieran seguido tranquilamente su vida sin más secuelas que el triste recuerdo de la muerte de un ser que iba a ser pero no fue (a instancias morales o legales puede que el feto se considere ya en sí mismo una persona, pero a instancias sentimentales perder un hijo antes del nacimiento nunca será igual de doloroso que hacerlo después de haberle visto llorar y sonreír en tus brazos), sino que es algo que va mucho más allá. ¿Cuántas de las personas que te has cruzado en la vida se hubieran visto afectadas por tu no existencia? Todas, sin duda, todas.

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Desde esa mujer que te cruzaste en la cola del supermercado, hasta tus amigos más íntimos, aunque no se puedan comparar unos casos con otros.

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Esa mujer del supermercado, que, seguramente, ni siquiera te recuerde, tendría una vida exactamente igual a la que ahora tiene, tu inexistencia tendría para con ella el mismo efecto que tendría tu no presencia ese día en la cola del supermercado.

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Sin embargo, para tus amigos, para tus allegados más próximos, los efectos van mucho más allá. De no haber existido tú, ellos tendrían una vida, si no totalmente diferente, al menos sí distinta en ciertos aspectos de la que tienen en la actualidad. En cada parte de su existencia donde apareces tú, habría una vacío, y todo lo en lo que tu compañía les haya podido afectar no existiría. Imagina, por ejemplo, a ese amigo al que le diste un consejo que le sirvió para progresar en la vida; de no haber nacido tú, igual ahora sería más desgraciado. O, al revés, imagina esa persona a la que has hecho daño, quizás ahora sería más feliz si tú no hubieras nacido.

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Así pues, a pesar de que nos empeñamos en no mirar más allá de nuestro ombligo, lo cierto es que uno existe no solo para sí mismo, sino que vive siempre en correlación con los demás, algo que dota a nuestra persona de un valor suplementario que en sí misma no posee; un valor que lo hace necesario dentro de la casualidad a la que va sujeta la existencia de nuestro ser.

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Pudiste no haber nacido, pero naciste, pudiste no haber existido, pero existes, y con ello te acabas convirtiendo en una pieza más en la existencia de muchas personas, que han construido su vida en relación con la propia construcción que tú has hecho de la tuya.

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No somos entonces tan insignificantes como pudiera parecer: puede que al Universo no le importe tu existencia, pero hay miles, millones de personas en el mundo, que pueden salir beneficiadas o perjudicadas con ella. Sobre tus espaldas caerá el peso de tal responsabilidad.

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Ser persona, pues, lejos de serlo para uno mismo, se traduce finalmente en un “ser con los demás”.

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El problema es que usualmente nos dejamos arrastrar por las circunstancias, nos acomodamos en nuestro mundo de cristal, y en no pocas ocasiones preferimos dejar a los demás que elijan por nosotros, antes que tener que ponernos nosotros a elegir. Dejamos de “ser para los demás”, a cambio de convertir nuestra existencia en un “ser por los demás”, las dos caras posibles de esa inevitable moneda existencial que es el “ser con los demás”.

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Pero los demás son muchos, demasiados para elegir por nosotros.

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A veces creemos que estamos siendo libres a la hora de elegir, y, sin embargo, estamos haciendo todo lo contrario: entregamos nuestra libertad en bandeja de plata, creyendo además poder hacerlo sin renunciar a ella. Gran error. En toda sociedad de clases, el marco de nuestras elecciones estará siempre determinado por la voluntad de las clases privilegiadas.

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Cuando convertimos nuestra vida en un medio para conseguir un fin, y nos olvidamos de que ella es un fin en sí mismo, estamos enterrando nuestra libertad. A partir de ese momento seremos esclavos de nuestros fines, sin ser jamás un fin en sí mismos. Unos fines, además, que nos han venido dados de antemano ya condicionados por la superestructura ideológica que nos circunscribe, diseñados para defender unos intereses que no son los nuestros.

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Es entonces cuando dejamos que el egoísmo nos dominé, cuando el yo es infinitamente más importante que el tú, cuando hemos renunciado definitivamente a ser personas dignas. Máxime en una sociedad, como la nuestra, donde el egoísmo y la competitividad son la base del funcionamiento ideal de la estructura económica. Si es además la propia sociedad la que te empuja a ello, la decadencia moral está garantizada.

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No obstante, si hiciéramos un uso adecuado de nuestra racionalidad, no tardaríamos mucho en darnos cuenta que no podemos vivir condicionados por los fines que nos han impuesto desde el exterior, sino que, por el contrario, tenemos que ser nosotros quienes condicionemos los fines que nos han de mover en la vida, aprendiendo a adecuar nuestra existencia a la existencia común de la humanidad, para, a partir de ahí, dar razones a nuestra individualidad, y que ésta pueda auto-realizarse.

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Lo primero que deberíamos hacer, consecuentemente, es elaborar un código ético que nos ayude a la hora de tomar decisiones. Un código ético que aspire a la universalidad, y en cuya finalidad vaya impresa por igual la superación personal y el progreso colectivo.

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Cuando nos olvidamos de nosotros mismos, cuando hacemos de nuestra vida un puente para cruzar hacia un mundo que no reside dentro de nuestra alma, cuando nos dejamos llevar por la ilusión de la riqueza o el éxito social, nos convertimos en peores personas, en seres vacíos que tienen poco o nada que aportar a los demás. Seres que no son capaces de ver más allá de sus propias pupilas.

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Por supuesto, no seré yo quien diga que no es legítimo aspirar a ser rico o famoso, a tener poder político o a ser una persona socialmente reconocida. Pero nunca a costa de renunciar a nosotros mismos, nunca a cambio de vender nuestra existencia al mejor postor.

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Ese es el principal error que nuestros antepasados han cometido por el influjo obligado de las tradiciones religiosas, y ese es el error que nosotros estamos volviendo a cometer con nuestra sumisión actual a la sociedad capitalista-consumista. Dejamos que el fin que mueve nuestras vidas venga impuesto desde complejos sistemas de sentido externos, en lugar de ser nosotros mismos quienes lo diseñemos, haciendo de la vida, de la existencia, un fin en sí mismo, para sí mismo y para los demás.

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Así, toda aspiración que uno tenga debería ser una meta a la que uno debe llegar haciendo de su vida un fin en sí mismo, sin necesidad, pues, de sacrificar su libertad, y su propia vida, para alcanzarla. Mucho menos si el precio a pagar es dejarse por el camino su dignidad.

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Ser digno es pensar con el corazón y con la cabeza, no con el corazón para la cabeza. Con la nobleza que emana de nuestro corazón y con la razón que emana de nuestra cabeza. Sentir para nosotros y para los demás. No hacer lo que no queremos que nos hagan, no dejar pasar aquello que, si nos ocurriese a nosotros, no quisiéramos que los demás dejasen pasar. Al final de la vida solo nos quedará eso: nuestra dignidad. Habrá sido lo más importante de nuestra existencia.

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El fin no justifica los medios. El fin no justifica los medios. Si la vida es un fin en sí mismo, y la vida es humana, no puede haber más medios válidos que aquellos que transcurran por la senda del humanismo.

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Aun con la vista puesta en el horizonte, debemos ser capaces de llevar una existencia lo más digna posible en el día a día. Respetar para ser respetados. Escuchar para ser escuchados. Desarrollar nuestra empatía para ser cada vez más condescendientes con nosotros mismos y con los demás.

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Esto debe ser así, pues la base de nuestra existencia se desarrolla a través de nuestra interacción con el entorno. Somos seres sociales que necesitamos del entorno para poder sobrevivir. Nadie, absolutamente nadie, puede vivir de forma completamente independiente.

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Podremos ser personas más o menos solitarias, más o menos independientes, pero todos necesitamos de los demás como parte de nuestra existencia: necesitamos de nuestro entorno y vivimos en relación con ellos y con ello. Ninguno de nosotros es un ser auto suficiente.

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Hasta los ermitaños dependen de los frutos de la naturaleza para subsistir.

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En una sociedad como la nuestra, desarrollada sobre los beneficios propios de la explotación del trabajo y la tiranía del consumo, el nexo de unos humanos con otros se ve mucho más acentuado.

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Todo aquello que produzco con mi trabajo, tiene como destino servir a otros individuos. Todo aquello que consumo, proviene del trabajo de otros individuos.

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¿Cómo creerme entonces un ser independiente? No, no lo soy.

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Soy un ser subjetivo pero dependiente. Una existencia individual pero condicionada por el entorno: necesitada del entorno como condición sine qua non de mi propia existencia, de igual forma que el feto necesita de la madre como condición sine que non de la suya.

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Entonces ¿por qué separar mi existencia de la existencia del prójimo?, ¿por qué no sentirme también responsable de sus fallos y sus aciertos?, ¿por qué pensar desde el yo y para el yo, y no desde el yo y para el ellos?

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Desde el mismo momento del nacimiento, el ser humano comienza a forjarse como el yo que algún día será. Pero en estos primeros instantes de la vida, uno no es nada sin la ayuda de sus coetáneos. Necesita de un pecho que le dé de comer y de una mano que lo proteja. ¿Puede haber entonces mayor invitación a devolver a nuestros semejantes el favor que en algún momento ellos mismos nos hicieron?

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Es cierto que cada hombre se hace a sí mismo, pero no lo es menos que uno no puede hacerse distinto a como desde su marco cultural se le inculca. Un marco cultural condicionado por las relaciones de clase.

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No hay mayor idiota que el que se cree diferente. Todos somos parte de un mismo tablero, de una misma lucha de clases. Cada cual en su bando. Aunque a veces nos confundamos, nos hagan confundirnos, de sitio.

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Somos libres para elegir nuestro camino, pero somos esclavos de nuestro entorno y, fundamentalmente, esclavos de nuestras necesidades, tanto de las biológicas como de las sociales. Las primeras son iguales para todos los humanos, las segundas son parte de una creación cultural determinada por las relaciones de clase.

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La sociedad es una cárcel para nuestra libertad, en tanto y cuanto condiciona nuestra formación y se hace coparticipe del efecto de nuestras decisiones. Pero una cárcel donde uno, si se deja llevar por lo que le impone el sistema de clases reinante, puede ser a la vez preso y cruel carcelero.

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Todo lo que yo haga tendrá un reflejo en mi entorno, todo cuanto yo decida tendrá consecuencias para aquello que me rodea. No puedo ejercer en plenitud mi libertad, pues mis decisiones se verán condicionadas por el efecto que puedan tener a mi alrededor. Esto es una verdad absoluta.

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¿Quién es entonces aquel sujeto capaz de abstraerse por completo a los efectos de sus acciones en el mundo que le da cabida? Si ha nacido, debería morir. No puede haber nada más peligroso para el resto de los humanos.

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¿Acaso no implica tal verdad absoluta un compromiso vital con nosotros mismos?, ¿un compromiso que pasa, además, por nuestro modo de relacionarnos con los demás?

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¿por qué entonces seguimos empeñados en renunciar a nuestro propio compromiso con el mundo, para dejar que sean otros los que piensen por uno, los que impongan el modo de pensar y actuar que debe tener uno en la vida?.

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Más aún, ¿podemos negar que nuestro compromiso implica necesariamente el desarrollar una sincera capacidad de empatía para con todo aquello que nos rodea, y especialmente aquellos otros que, como nosotros, no pueden eludir sus responsabilidades ante el mundo?

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Yo a ese compromiso y esa empatía le pongo un nombre: Socialismo.

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Un sistema de buenas personas para buenas personas, de personas dignas para personas dignas. De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades.

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Luego ya que cada cual piense y actúe como le dé la gana, por sí mismo, para sí mismo, sin olvidar nunca su compromiso con los demás. Sin tener que renunciar a tu libertad individual, sin dejar que nadie piense, actúe o tome decisiones por ti.

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Claro está, sin olvidar nunca que tu vida no es más que una más de las muchas que cohabitan en un mismo espacio territorial compartido, sea un pueblo, un barrio, una ciudad, una nación, un Estado, un continente o el planeta entero.

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Una más, solo eso. Tan digna y merecedora de respeto, tan portadora de Derechos Humanos, como todas las demás. Sólo hace falta abrirse a la empatía para verlo.

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De ahí a hacer propios los valores del socialismo, no hay más que un paso bastante corto. Atrévete a darlo.

jueves, 19 de noviembre de 2009

El País, la Alianza de Civilizaciones y los Derechos Humanos


El diario El País publicaba el pasado martes 17 de Noviembre un interesante artículo acerca de las relaciones diplomáticas entre algunos gobiernos europeos del área Mediterránea y los países del vecino Magreb. Bajo el llamativo título “Látigo para Cuba, bálsamo para el Magreb”, el periodista Ignacio Cembrero, especialista en temas del Magreb, escribía lo que se puede considerar en toda regla como un duro ataque a la actitud permisiva de la Diplomacia Española (y, de pasada, la francesa) para con los quebrantos de los Derechos Humanos llevados a cabo por los gobiernos autoritarios que rigen los designios de los vecinos países magrebís. El argumento principal del ataque: “las diplomacias occidentales, y en especial la Española, actúan rápidamente cuando de defender los Derechos Humanos en América Latina se trata –sic-, mientras miran para otro lado e incluso tienen una actitud cómplice cuando son los gobiernos dictatoriales de los países magrebís (Túnez, Marruecos, Mauritania, etc.) quienes lo hacen”. Para apoyar esta tesis, el autor del artículo, demostrando sus profundos conocimientos sobre el tema, lo dota de toda una serie de datos y relatos de sucesos que demuestran a las claras este trato permisivo, este mirar para otro lado, y esta actitud cómplice, de los gobiernos español y francés para con los devaneos autoritarios de los gobiernos magrebís en materia de Derechos Humanos. Un buen artículo, sin duda.

Ahora bien, ¿es oro todo lo que reluce en este artículo? Tratándose del diario El País, la pregunta es, obviamente, una pregunta retórica. En este artículo, como en tantos otros, tiene casi más importancia aquello que se oculta, que aquello que se dice, al menos para entender la intención del mismo, que no es otra que el ajuste de cuentas de la redacción de El País con la diplomacia española encabezada por Miguel Ángel Moratinos. El propio artículo así lo deja claro de manera sibilina en un momento del mismo: “Cuando dos meses después El País fue vetado en Marruecos, las autoridades españolas permanecieron calladas”. ¡Acabáramos! Resulta que el diario El País ha sido vetado por la monarquía absolutista marroquí y que, ni Moratinos ni nadie, salió en su defensa. ¿Puede haber mayor afrenta a la cuadrilla mafiosa liderada por Cebrián y sus palmeros?, ¿Después de tantos servicios prestado al PSOE los traicionan de semejante manera? No, la mafia no entiende de perdones ni de relaciones diplomáticas. Para la mafia, el que la hace, la paga, máxime si se trata de traidores. Ya le ocurrió en su momento al mismísimo ZP por sus concesiones a un grupo mediático-empresarial rival del Grupo Prisa en el tema del fútbol de pago, y ahora ha llegado el turno de ajustar cuentas con Moratinos y los suyos. Todo el artículo, en realidad, trata de eso: un ajuste de cuentas de la mafia prisaica con la diplomacia española. Sabido esto, lo podemos comprender perfectamente.

Es por ello que El País saca a relucir un tema tan delicado como es la complicidad de ciertos gobiernos europeos con los tiranos magrebís, pero sin entrar en ningún momento a realizar un análisis profundo de los fundamentos reales que sustentan estas relaciones de complicidad, un análisis que bien podría hacer cabrear, y mucho, a alguno de los accionistas y/o socios publicitarios del diario. Peor aún, que podría llegar a escandalizar a cualquier ciudadano/a con un mínimo de consciencia política y preocupación de lo que ocurre en el mundo. No, eso no se lo puede permitir El País. Una cosa es rendir cuentas con los traidores, y otra muy distinta tirar piedras sobre el tejado de uno. Así pues, el artículo se limita a zanjar las causas de estas relaciones argumentando para ello el interés de España y Francia por sacar adelante esa entelequia Zapateril que ha venido a ser llamada “Alianza de Civilizaciones”. Según el periodista del diario, “La Alianza de Civilizaciones, lanzada en 2004 por el presidente del Gobierno español, antepone la estabilidad del mundo árabe y, de paso, la lucha contra el terrorismo a las buenas intenciones proclamadas por Zapatero en sus discursos –sobre Derechos Humanos-. En el fondo esa alianza consiste, en muchos casos, en estrechar lazos con unos regímenes dictatoriales que son, en buena medida, los causantes de la radicalización de la juventud”. Ergo, si la diplomacia española actúa de manera cómplice con los quebrantos a los Derechos Humanos que se suceden de manera sistemática en los países del Magreb es, simplemente, porque está interesada en llevar a buen puerto la Alianza de Civilizaciones de Zapatero. Quede claro.

Ahora bien, ¿cualquier persona con un mínimo de sentido común puede creer semejante majadería? Está bien que el diario El País busque una salida en falso para salir sin un rasguño del embolado en el que él solito se ha metido desde el momento en que utiliza un tema tan peliagudo como éste para rendir cuentas con la diplomacia española actual. Está bien incluso que el diario El País piense que algunos de sus lectores creerán que Zapatero y sus colaboradores son lo suficientemente idealistas, y tienen el suficiente afán de protagonismo histórico, como para mirar para otro lado mientras se mancillan los Derechos Humanos de millones de personas sólo por ver como su “gran” idea “alianza-civilizatoria” sale adelante en la praxis política del mundo de nuestros días. Estamos tan acostumbrados a que el diario El País trate a sus lectores como a analfabetos funcionales, gente a la que se puede engañar, mentir y manipular impunemente, que no nos vamos a escandalizar por ello. Sin embargo, la lógica nos dice que el argumento de la “Alianza de Civilizaciones” no es más que una patraña con la que ocultar las verdaderas razones que sustentan esta complicidad de los gobiernos europeos con los ataques a los Derechos Humanos de los gobiernos magrebís: el interés económico-comercial y el control de los flujos de migración. Unas razones que, obviamente, el diario El País prefiere no sacar a colación, por lo incómodo e inmoral del asunto.

Resulta, por ejemplo, que España es el segundo proveedor de Marruecos y su tercer cliente, con unos intercambios comerciales cercanos o superiores a los 2.000 millones de euros anuales tanto en importación como en exportación. Empresas tan dinámicas como Gamesa, Fadesa, Repsol, Endesa, Altadis, Telefónica, y, según la vicepresidente del Gobierno, otras 900 pequeñas y medianas empresas, están firmemente implantadas en Marruecos (Del Pino, 2007). En general, la Comunidad Europea absorbe más del 70% de las exportaciones de los países magrebís y les facilita más del 60% de sus importaciones. Y sólo los cuatro países europeos de la orilla norte del Mediterráneo (España, Francia, Italia y Portugal) representan casi dos tercios de estas cifras. Otra característica destacada es el hecho de que, a pesar de su intensificación en los últimos años, la naturaleza de las relaciones bilaterales sigue respondiendo a un patrón clásico de relaciones Norte- Sur, en el que los países menos desarrollados proporcionan mercados para los bienes de consumo y de equipo de los países desarrollados y suministran, a cambio, materias primas y recursos naturales (hidrocarburos argelinos, fosfatos y productos pesqueros marroquíes, principalmente), así como mano de obra, ya sea a través de la emigración, ya a través de la deslocalización de actividades industriales intensivas en mano de obra (en el caso de Túnez y Marruecos, en el sector textil principalmente, y crecientemente en la industria de componentes para automóviles), reforzando la dependencia comercial y financiera (Martín, 2004). En consecuencia, los intercambios comerciales intramagrebíes no alcanzan el cinco por ciento del total del volumen de negocio de estos países. Por ejemplo, Marruecos sólo importa el 5% de su energía de Argelia, a pesar de ser Argelia un país exportados de energía. Marruecos apenas está presente en los mercados tunecinos de productos en los que tiene ventaja comparativa, como la pesca, que Túnez importa de Italia. Argelia compra la mayor parte de sus textiles en España, Turquía o China, despreciando la industria tunecina y marroquí, y el 40% de sus importaciones agroalimentarias vienen de España y Francia, y así con un largo etc. Ante un panorama de este tipo, ¿a alguien le puede extrañar el trato mimoso y cómplice que los gobiernos de los países del área Sur de la Unión Europea dan a los gobiernos dictatoriales del Magreb? No, no se trata de nada que tenga que ver con la “Alianza de Civilizaciones”, se trata, simplemente, de lo mismo de siempre: alianzas sí, pero económicas y comerciales, con mucho dinero de por medio y muchos intereses que defender en uno y otro lado por los respectivos gobiernos. Ante esto, ni en el Magreb, ni en América Latina, ni en ningún otro rincón del planeta hay Derechos Humanos que valgan. Tampoco para El País, de ahí que sistemáticamente denuncie cualquier atisbo de quebranto a los Derechos Humanos que se pueda dar en países no proclives a la defensa de los intereses económicos del grupo PRISA y/o sus propietarios (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba, Nicaragua, etc.), mientras silencia, minusvalora o directamente miente acerca de aquellos que se dan en otros países donde el grupo PRISA y los gobiernos de turno son amigos (Colombia, Chile, México, etc.).

Pero sí importante es el tema de las relaciones comerciales y/o económicas, más importante aún es el tema del control de los flujos migratorios. El Magreb es la antesala de Europa para esos muchos millones de africanos de todos los países que deciden emprender el viaje migratorio hacia la soñada tierra de la opulencia occidental. Francia, España, Italia, Portugal, etc., son precisamente aquellos países que primero encuentran estos hombres y mujeres africanos en su camino hacia Europa. Sabido es que los países europeos han firmado con estos países africanos una serie de acuerdos en materia de control de los flujos migratorios por los que directamente se está comprando el control migratorio, descargando además la responsabilidad hacia los países fronterizos, así como algunos de los países de tránsito en las habituales rutas de la migración africana hacia Europa. Es decir, los países europeos ofrecen una serie de prebendas en forma de acuerdos comerciales o de acuerdos para ayuda en cooperación al desarrollo, y, a cambio, descargan la mayor parte de la responsabilidad en el control de los flujos migratorios en los países del otro lado del Mediterráneo, sin importar en absoluto el tipo de régimen que exista en estos países o las medidas y los métodos que estos países vayan a adoptar para cumplir con su parte del trato. Unos métodos que, por supuesto, no son precisamente los más respetuosos con los derechos humanos de los migrantes, sino todo lo contrario. Ergo, ¿cómo la diplomacia de estos países europeos va a preocuparse del quebranto de los DDHH en los países magrebís, cuando los propios acuerdos que firman en materia de control migratorio son invitaciones a quebrantarlos de manera sistemática mientras los países europeos miran para otro lado en su propio beneficio? No sólo es que países como España o Francia miren para otro lado, es que, además, en este asunto en concreto, miran para otro lado en su propio beneficio. Es decir, no son solo cómplices pasivos, sino cómplices activos: culpables y responsables. ¿Cómo entonces van a denunciar lo que hacen estos países?, ¿no sería eso poco menos que denunciarse a sí mismos? En este sentido, por ejemplo, han sido ampliamente criticados las medidas que la gendarmería marroquí toma contra inmigrantes irregulares que encuentra intentando cruzar la frontera con España, a los que llegan a disparar o abandonar en el desierto, o las instalaciones en Mauritania del centro de internamiento para extranjeros, criticado por las condiciones que en él se dan y financiado por el Gobierno Español. Algunas ONG hablan de un auténtico genocidio silenciado, con centenas de víctimas mortales cada año. La firma de estos acuerdos denominados de “segunda generación” (recogido en España a través del llamado “Plan África”) responde a la presión ejercida por la Unión Europea y más especialmente por España para el control de flujos migratorios. Según Itziar Ruiz, presidenta de Amnistía Intencional en España (AI), “presionar para que sean Marruecos o Mauritania quienes realicen el control migratorio está teniendo costes humanos muy altos”. Además, estos acuerdos también obligan a países de paso, como Mauritania, a que acepten inmigrantes independientemente de su nacionalidad. AI denuncia que desde 2006 hasta la fecha miles de personas acusadas de salir de Mauritania para entrar en Canarias han sido arrestadas y devueltas a Mali o Senegal, independientemente de su origen, sin poder apelar esa decisión. Muchas también han estado recluidas en el “Guantanamito” mauritano. Además, esta externalización de fronteras no está teniendo seguimiento por parte del Gobierno español. “España y la UE delegan el control de sus fronteras externas a terceros países, sin preocuparse de los métodos empleados para llevar a cabo sus órdenes”, señala un informe de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). De hecho, el 6 de julio de 2006 el Gobierno español aprobó una partida de 10,5 millones de euros de ayuda a Marruecos para control de fronteras sin imponer ninguna condición relativa a los derechos humanos (Sánchez Aroca, 2009). Obviamente, como decimos, sabiendo esto, se puede saber también que España, Francia, etc., no van a denunciar jamás que en el Magreb se quebrantan los DDHH humanos cuando son ellos mismos quienes invitan a estos países a quebrantarlos en busca de un control migratorio que beneficia únicamente la visión política y económica que los países europeos tienen de sí mismos.

Así que no, que el diario El País, a través de su “experto” en temas del Magreb, no nos venga con cuentos, ya sabemos todos los cuentos, nos han dormido con todos los cuentos. Nada tiene que ver, o muy poco, el tema de la Alianza de Civilizaciones con la vista gorda que ciertos gobiernos europeos, entre ellos el español, hacen con los ataques que sobre los Derechos Humanos se hacen desde ciertos países del Magreb. Aquí lo que importa es el negocio empresarial-comercial por un lado, y que no entren negros ni moritos ilegales por el otro. Así es la cosa. Si para ello hay que ser cómplice del quebranto a los DDHH humanos en los países del Magreb, se es, sin problema moral de ningún tipo. Ahora bien, el diario El País no puede sacar estas cosas a relucir. Sería poco menos que poner de manifiesto a las claras la indignidad que subyace tras el capitalismo, y las economías liberales que rigen los países tanto de un lado como del otro del Mediterráneo. Sería poco menos que reconocer que el capitalismo liberal antepone los intereses comerciales a los derechos humanos, así como trata a los humanos como mercancías y no como personas con derechos como tales. No, el diario El País no puede hacer jamás semejante revelación. Se puede castigar a los traidores sí, se puede ajusticiar a los que no comen de la mano de Don Cebriáncone, pero jamás a costa de poner en peligro la gallina de los huevos de oro de la que viven todos, unos y otros, los gobiernos de ambos lados de la frontera y los propietarios, accionistas y asalariados paniaguados de PRISA, es decir, el capitalismo explotador de personas y pueblos. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Si hay que cantarle las cuarenta al señor Moratinos, se le cantan, si hay que usar para ello un tema tan delicado como la complicidad con el quebranto de Derechos humanos por sistema, se hace, pero siempre a la manera de El País. Es decir, con sus intereses empresariales como único objetivo y con la manipulación, el sesgo informativo y la desinformación por bandera.

A otro perro con ese hueso de la Alianza de Civilizaciones, señor Cembrero. Que aquí ya tenemos los testículos llenos de vello.

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[1] Del Pino, D. (2007): “El mes del Magreb de la política exterior español”. Afkar Ideas Nº13. Marzo.


[2] Martín, I. (2004): “El desarrollo de los intercambios económicos entre España y el Magreb desde la segunda mitad de los noventa" (pp. 68-70), en el libro Atlas de la Inmigración Marroquí en España, Bernabé López García y Mohamed Berriane (dirs.), Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos, Universidad Autónoma Ediciones, Madrid.


[3] SÁNCHEZ AROCA, I. (2009): “El gobierno compra el control migratorio”. Periódico Diagonal. Mayo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Prostitutas


No, aunque resulte extraño por el título de este artículo, no voy a hablar de esas mujeres que, por diversas circunstancias, unas más trágicas que otras, se ven obligadas a vender su cuerpo a cambio de dinero. Por estas prostitutas tengo el mayor de los respetos, y en muchos casos hasta un fuerte aprecio. Pido perdón incluso por el uso que voy a hacer de este término con un afán claramente despectivo. Seguramente no lo merezcan. Pero hay ocasiones en que el lenguaje te dota de una libertad que la moralidad personal no te permitiría. Esto es, que use la palabra prostituta para atacar la indignidad de ciertas personas, no es más que un recurso lingüístico, nada que ver con el insulto a las verdaderas prostitutas, algo que jamás haría. Quede claro.

Con este artículo en realidad quiero atacar sin piedad a esa otra clases de prostitutas (las indignas y miserables de verdad) que nos invaden cotidianamente a través de los medios de comunicación, tanto en prensa, como en radio, como en televisión. A esos periodistas, reporteros, opinantes, articulistas, presentadores de informativos y demás fauna que se someten inescrupulosamente a los designios de las empresas que les pagan para promover el odio, el ataque ideológico, la mentira, la calumnia, la manipulación y la falsedad contra todo aquello que no es del gusto de sus jefes, según la línea marcada ya desde el mismo momento en que firman su contrato de trabajo. Esos personajes repugnantes que tanto daño hacen a la sociedad, prostituyendo su libertad de expresión a cambio de unas cuantas monedas, convirtiendo el derecho a la información del conjunto de la ciudadanía en un obsceno derecho a la manipulación del conjunto de la sociedad por parte de los amos de los grandes conglomerados mediático-empresariales. Aquellos que a cambio de un sueldo y algo de reputación profesional (también hay putas con buena fama por la excelencia de sus servicios), son capaces de transformar la información en un mero proceso continuado de creación de opinión, según lo que le ordenan sus amos, que a la vez son también sus proxenetas y los clientes que gozan de sus servicios.

Aquellos que siempre estarán dispuestos a levantar su voz contra todos aquellos que les manden quienes les pagan, esgrimiendo como pretexto para ello su derecho a la libertad de expresión e incluso sus convicciones ideológicas personales, pero que jamás, digo bien, jamás, se atreverán a levantarla en contra de esos que llenan cada fin de mes sus cuentas bancarias por más que sean éstos quienes estén perturbando su derecho a la libertad de expresión o atentando contra sus convicciones ideológicas. Aquellos que se someten y callan cuando saben que el decir lo que piensan puede costarles el puesto de trabajo. Aquellos que hacen de la auto-censura un medio de vida y de supervivencia laboral. Aquellos que se sienten como pez en el agua cuando saben que están escribiendo, hablando o transmitiendo algo; un artículo, una noticia, un reportaje, lo que sea; que de una misma vez hace felices a sus amos y les resulta satisfactorio a ellos mismos, por ir acorde a sus propias convicciones personales. Los que jamás dirán nada cuando despiden a un compañero por atreverse a traspasar el límite marcado por los proxenetas. Los que jamás tendrán el mínimo remordimiento al saber que con su trabajo están mintiendo, engañando, manipulando y sesgando el derecho a la información de millones y millones de ciudadanos.

Sí, son prostitutas, y de la malas. Prostitutas de la comunicación. Prostitutas porque aceptan someterse a la voluntad de otro a cambio de dinero. Prostitutas porque venden su mente, y hasta sus propios derechos, para que quienes les pagan puedan satisfacer sus pretensiones e intereses personales o empresariales. Personas que se prestan a poner el culo gustosamente para que sus amos puedan dominar la sociedad a su antojo. Eslabones oxidados y putrefactos de una cadena que ahoga el derecho a la información y no tiene otro fin que encarcelar el verdadero derecho a la libertad de expresión de las personas, que no es otro que aquel fundamentado en el conocimiento real, veraz y objetivo de lo que ocurre en el mundo. Individuos que inundan la opinión social de tópicos "anti-todo-aquello-que-les-ordenan-sus-amos", y que a posteriori usan esos mismos tópicos para atacar sin piedad a quienes se atreven a defender lo que sus amos les han ordenado que ellos critiquen.

Uno de los últimos ejemplos de la labor de estas prostitutas de la comunicación lo tenemos en el último artículo publicado en el diario El País por la señora Elvira Lindo: Comunistas. Sin pudor ninguno, en él la señora Lindo se atreve a juzgar y condenar a una persona que no conoce de nada, simplemente porque esa persona se ha atrevido a declararse claramente y sin ambigüedades “comunista”, y a partir de ahí a todas aquellas personas que, de una u otra manera, comulgan con las ideas de la atacada en el artículo. Eso sí, con respeto progresista.

Tirando de manual, la señora Lindo mueve uno a uno los principales tópicos anti-comunistas que cualquier adolescente sin consciencia política ninguna podría repetirte de memoria, según lo ha aprendido previamente por boca de estas mismas prostitutas de la comunicación. Los Gulag y los millones de muertos del comunismo, lo mucho que gustan los comunistas de ser asalariados de la política mientras predican sus proclamas igualitarias, la crueldad de la dictadura cubana, lo anticuadas y obsoletas que son las ideas comunistas, etc. Todo el repertorio anti-comunista que cualquier "ciudadano-de-bien" debe conocer de memoria. Me resulta increíble pensar que una persona que ha tenido gran éxito escribiendo literatura infantil, tenga que recurrir a semejantes argumentos para atacar el comunismo, más aún, para atacar a una persona que se dice comunista. Lo mínimo que se podría esperar es que al menos lo hiciese con imaginación e ingenio, con talento. Qué menos para una escritora de tanto prestigio.

Pero he ahí precisamente otro rasgo de estas prostitutas de la comunicación: someten incluso su propio talento para ponerlo al servicio de lo que la empresa espera de ellas. No importa cuán brillante pueda ser lo escrito o dicho, lo que importa es que haga felices a quienes le pagan y llenan su cuenta corriente cada mes. Lo importante es seguir haciendo méritos. Lo importante es dejar satisfecho al cliente, y contento al proxeneta, para que el uno repita y el otro no las castigue con cualquier barrabasada. Lo importante es que los padrinos estén agradecidos con su trabajo y no les retiren su protección. Todo lo demás es secundario.

No, está muy claro, a la señora Lindo no le ocurrirá como al también escritor Rafael Reig, recientemente fulminado como articulista de opinión en el diario Público precisamente por defender la condición comunista de Miguel Hernández. No, a ella no le pasará jamás esto. A ella no la dejarán nunca sin epacio para opinar por expresarse sin miedos ni tabús, por atreverse a ser fiel a sus convicciones y defenderlas, aun a riesgo de su propia estabilidad laboral.

Porque a la señora Lindo, a la cual se le presupone un cierto talante respetuoso y comprometido con las libertades y derechos ciudadanos, jamás la veremos escribiendo en El País acerca de la aberrante manipulación que continuamente tal diario hace sobre la realidad política de países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, la misma Cuba o Honduras, tan evidente y clara que cualquier ciudadano con un mínimo de consciencia política debería sentirse avergonzado, mucho más si eres parte directa de ese medio. Pero a la señora Lindo esto no le importa. Ni tampoco se atreverá a sacar algo, como sí hiciese el Roto, para cuestionar y criticar el chantaje de la empresa que le paga a sus trabajadores cuando hay ciertas negociaciones laborales de por medio. Igualmente, la señora Lindo ni se molestará porque El País brinde sus páginas para el ataque personal a quienes se atreven a cuestionar los dogmas establecidos en ciertas cuestiones por las multinacionales farmacéuticas, tal cual ha pasado recientemente con el caso de la monja Teresa Forcades, y si lo hace no la veremos escribir sobre ello: ella al fin de cuentas estará con El País... y con las multinacionales farmacéuticas. Tampoco escribirá algo, ella que va tan de progre y respetuosa con la libertad, para defender la dignidad de las personas que están a favor del libre intercambio de archivos p2p en la red, cuando alguno de sus compañeros de opinión en el diario, como ha ocurrido esta misma semana, se atreve a tratarlos poco menos que como a terroristas.

En fin, nada de esto le veremos jamás hacer a la demócrata empedernida de Elvira Lindo, la de las ideas modernas, la progresista, la que no está anticuada, la que le va tan bien, no como a los comunistas. Ella jamás morderá la mano del amo que le da de comer. Ella jamás se atreverá a criticar en público al medio que le paga o algunas de las continuas aberraciones periodísticas que desde este medio se vierten a diario en contra del verdadero derecho a la información de la ciudadanía.

Ella simplemente es una puta de la comunicación, no se puede esperar más.

domingo, 8 de noviembre de 2009

¿Cambiamos las cruces en las escuelas, por fotos de Marx en las Iglesias?


Lo siento, no aguanto más. Estoy cansado, hastiado, aburrido, indignado, vamos, lo que mayormente se conoce como estar hasta los huevos. Hasta los huevos de visitar cada día las páginas de los principales medios de comunicación y tener que encontrarme con alguna nueva polémica relacionada con la Iglesia Católica. Cansado de que una institución arcaica, reaccionaria y anclada en la Europa Medieval siga teniendo un espacio público que ni por méritos históricos ni por presencia presente les pertenece. Cansado de que un grupo de fanáticos ultramontanos sigan teniendo un espacio mediático donde poder seguir atormentando a la población con sus cavernícolas ideas. Cansado de que un grupo de burgueses vestidos con sotanas sigan creyéndose con algún derecho para dar lecciones de moral a nadie, cuando precisamente si de algo ha carecido la curia Vaticana a lo largo de toda su historia es de moralidad.

Que si el aborto por aquí, que si la eutanasia por allí, que si las células madre, los condones o las píldoras pos-coitales por allá, que si los matrimonios homosexuales por acá, que si el divorcio, la abstinencia sexual o la masturbación por el otro lado. Que si manifestaciones pro-vida, que si foros de la Familia, que si educación para la ciudadanía. En fin, un peñazo de padre y muy señor mío (nunca mejor dicho). ¡Basta ya, por Dios!, ¡Basta ya! Que se metan su Iglesia por donde les quepa, que nos dejen en paz de una vez. Que se vayan todos a una isla y se hundan en ella, si quieren. Me da lo mismo. Pero que se callen de una vez. No los aguanto más.

A ver si se enteran: en mi vida mando yo, me someteré si quiero (y si no, no) a las leyes establecidas por los hombres en esto que llaman Estado de derecho, pero las leyes de Dios me las paso por el Arco del Triunfo. Si Dios hubiese escrito la Carta de los Derechos Humanos en lugar de las tablas de la ley, igual a día de hoy la cosa sería distinta. Pero no, escogieron un Dios que se mete en todo, que te dice como tienes que vivir, como tienes que morir, como tienes que follar y hasta como tienes que hacer de vientre. No es un Dios, es un Tirano. Un Dios que bendice dictadores y condena revolucionarios que viven y mueren por amor al hombre. Un Dios que permitió que su nombre se extendiese por el mundo a costa de millones de muertos, el genocidio de pueblos enteros, la erradicación de culturas milenarias y muchas otras atrocidades del estilo. Un Dios que combate el socialismo en todo el mundo. Un Dios más cercano al fascismo que a cualquier tipo de humanismo. Un Dios que debe ser muy sádico para permitir que su nombre haya sido mancillado así por quienes continuamente lo usan para permitir que el hombre siga siendo explotado por el hombre. El Dios de los mercaderes del templo. Y a eso Dios, y a esa Iglesia, ni la quiero, ni la tolero: me da asco. Ni el mismísimo demonio me daría tanto asco.

Así que lo repito: que se callen, que se callen de una puta vez. Que no hablen más. Que se encierren en sus monasterios y recen, si eso les pone. Que se reúnan cada día en sus templos y se coman las orejas los unos a los otros, diciéndose a cada momento lo buenos que son y lo bien que lo hacen, a la par de comentar con saña el castigo divino que nos tocará sufrir a cada uno de los pecadores que no creímos en ellos. Que hagan los que les dé la gana. Que no aborten, que no follen antes del matrimonio, que no usen condones, que no apliquen la eutanasia a sus familiares terminales si no quieren, que no investiguen con células madres, que no se hagan pajas, que no se rocen el sexo con personas de su mismo ídem, que se aprendan de memoria el catecismo, el nuevo testamento y cada uno de los muchos libros del antiguo. Me importa un bledo. Allá cada cual. Son libres de hacerse con su capa un sayo. Pero a los demás, a los que no los soportamos, a los que no los aguantamos, que nos dejen en paz. Que ya está bien de tanta mierda. Que se callen de una puta vez.

Por todas esas personas que han vivido traumatizadas a consecuencia de las amenazas coercitivo-existenciales que implica la noción misma de pecado. Por todas esas personas que murieron en hogueras, o, peor aún, que tuvieron que vivir con el estigma del pecador y la exclusión social que ello acarreaba sobre sus espaldas, siendo tratados como apestados, como extranjeros en sus propias tierras. Por los niños y niñas con deficiencias que fueron ocultos y encerrados en vida por ser considerados no aptos para la sociedad según el mandato de ese mismo Dios que ahora nos habla de amor a la vida. Por todos ellos y por muchos más, que se callen, que no vuelvan a abrir la boca en su puta vida más allá de sus ámbitos privados específicos.

La última de estos liberticidas funcionales, de estos amorales sistémicos, tiene que ver con una reciente sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Resulta que dicho tribunal ha creído oportuno dar la razón a una madre italiana que reclamaba la retirada de los crucifijos en los colegios públicos italianos. Claro, el Vaticano y su caverna han montado en cólera. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Sacar la cruz del lugar donde los niños y niñas se pueden formar como personas con capacidad para el pensamiento autónomo. Porque, obviamente, el Estado no tiene derecho a inmiscuirse en la educación moral de los niños/as, tal cual dijeron con el asunto de la tan traída y llevada Educación para la ciudadanía, pero la Iglesia tiene todo el derecho del mundo a estar presente de manera permanente en la misma, aunque sólo sea mediante el simbolismo publicitario que representa la cruz. Porque cada cual es libre de elegir o no la educación religiosa que quiera tener, pero con la cruz por delante aunque los alumnos –y sus padres- sean ateos, agnósticos, musulmanes, mormones, judíos, budistas o seguidores de la secta de los Abelonarios. Porque ya no sirve con que Dios esté en todos sitios metafísicamente hablando, sino que tiene que estar también de modo permanente y obligatorio en las escuelas. Porque un niño no puede crecer sin tener a Dios en su vida, aunque sólo sea, si es que sus padre son unos desviados de la vida, mediante una cruz en su aula.

Y dice el portavoz de la Conferencia Episcopal Española que quitar la cruz de las escuelas es un ataque a la libertad. Que la cruz es un símbolo de libertad, un símbolo que representa a unas creencias que respetan y valoran la vida del ser humano desde su nacimiento hasta la muerte. Que es muy triste querer recluir a la religión al ámbito privado a través de una sentencia “injusta y discriminatoria”. Pero se equivoca monseñor de cabo a rabo, para millones de personas en todo el mundo la cruz no es símbolo de libertad sino de opresión. No es símbolo de vida, sino de muerte. Su retiro no es algo triste, sino gozoso. Y la sentencia no es antidiscriminatoria, sino todo lo contrario: viene a corregir la discriminación, mediante el ataque a la libertad religiosa y a la laicidad del Estado, que supone la cruz en las escuelas.

Porque la cruz representa para esos millones de personas el mismo símbolo que llevaban colgando de sus hábitos los inquisidores, el mismo símbolo que esgrimían desde el Vaticano mientras miraban para otro lado con los crímenes del nazismo, el mismo símbolo que sacaba bajo palio a dictadores y el mismo símbolo que bendijo guerras y golpes de Estado contra luchadores por la libertad en el mundo entero. El mismo símbolo que adoraban y argumentaban como base de su poder señores de la talla de Franco o Pinochet, y tantos, tantísimos otros. La misma cruz con la que la élite eclesial hondureña ha bendecido el Golpe de Estado fascista que ha causado ya decenas de muertos, miles de torturados, centenares de detenidos políticos y otros actos de “amor a la vida” en el país a causa de la represión. El mismo símbolo en nombre del cual se ha perseguido y castigado a toda una corriente teológica que no optó por el sometimiento a los poderosos sino por el amor por el prójimo y el apoyo a los más necesitados del planeta, desde el análisis necesariamente político que un hecho así requiere. El mismo símbolo con el que ciertos personajes se daban abrazos con el dictador Pedro Carmona tras el golpe de Estado en Venezuela en 2002, o el mismo símbolo con el que las élite eclesiales bolivianas bendicen el racismo y la violencia opositora de los comandos fascistas de la “media luna”. Todo ello aquí, hoy mismo, en pleno siglo XXI. ¿Y todavía quieren que permitamos a nuestros hijos tener que pasar cada día seis o siete horas de sus vidas frente a un símbolo tan endemoniado?

No, no lo permitimos. Igual que ustedes no permitirían que pusiésemos una foto de Marx, de Mao, de Lenin o del Ché en cada una de sus Iglesias. Porque sus Iglesias son suyas y en ellas hacen lo que les da la gana. Nosotros igual: ciudadanos de un Estado Aconfesional, con creencias diversas, o directamente sin creencias. El espacio público es nuestro. Y no os queremos en él.

Desde aquellos años en que hicimos la revolución ilustrada para que sacaran sus sucias manos de nuestros Estados y de nuestras consciencias, el espacio público es de los ciudadanos. Lo hemos conquistado con muchos años de lucha. Nadie debería impedir que cualquier niño o niña lleve a clase el símbolo religioso que más le plazca, de manera individual. Un velo, una cruz, una virgen, lo que quiera. Es su libertad, y la de sus padres. Eso es parte del derecho a la libertad religiosa y de consciencia, como el abortar o no abortar, el follar o no follar. Pero querer imponer su derecho a la libertad religiosa frente al derecho a la libertad religiosa de quien no procese esa religión, es intolerable. No lo vamos a aceptar jamás. Es un espacio que nos pertenece, es nuestro. Ustedes solo entarán en él con nuestro permiso.

Eso sí, siempre podemos llegar a un pacto. Aceptamos sus crucifijos en las escuelas si a cambios ustedes colocan una foto de Marx en cada una de sus Iglesias. ¿Aceptan el pacto?

“El Neoliberalismo no es una teoría del desarrollo, el neoliberalismo es la doctrina del saqueo total de nuestros pueblos“ (Fidel Castro)

El Neoliberalismo ha sido la ideología hegemónica en materia económica desde el comienzo de la década de 1980. Desde el inicio del nuevo siglo, sin embargo, la intrínseca irracionalidad del neoliberalismo, su fracaso en promover el crecimiento económico de los países en desarrollo, su tendencia a profundizar la concentración del ingreso y a aumentar la inestabilidad macroeconómica (demostrada por las continuas crisis financieras de los 90), constituyen indicadores de su agotamiento. El castillo de naipes neoliberal, que por algunos años ofreció cierto grado de buen rendimiento en cuanto al aumento de los valores macroeconómicos a nivel internacional se refiere, ha comenzado a derrumbarse, víctima de sus propios errores, desde su misma base: los países capitalistas desarrollados. Pero, como siempre ocurre en estos casos, son aquellos países subdesarrollados situados en la periferia del sistema los que en mayor medida están teniendo que soportar los efectos de la actual crisis económica capitalista generada por la especulación y la avaricia neo-liberal.

Tras décadas de imposiciones neoliberales a las políticas de desarrollo de estos países (vía BM y FMI), con unos resultados, a diferencia de lo ocurrido en el ámbito de los índices macroeconómicos internacionales, más bien modestos, la llegada de la crisis ha vuelto a poner de manifiesto la insostenibilidad del paradigma neoliberal como modelo de desarrollo para los países situados en la periferia del sistema. Es ahora cuando la ineficiencia de estas políticas, así como lo inadecuado de sus planteamientos para con el papel que el Estado debe jugar en el crecimiento de estos países empobrecidos, se ha ejemplificado con toda claridad. Incluso los logros alcanzados en los últimos años, tras la aplicación a escala mundial de toda una serie de medidas destinadas a alcanzar los Objetivos del Milenio (ONU, 2000), se están viendo ahora amenazados por los efectos de la crisis actual. Lo que para occidente es básicamente una crisis económica en el ámbito financiero que ha acabado por repercutir en la economía real con resultados no poco preocupantes para sus clases trabajadoras, en los países empobrecidos se ha destapado en toda su crudeza como una crisis que abarca una triple dimensión: financiera, energética y alimenticia, y que está conduciendo a sus gentes a situaciones realmente trágicas. La pobreza, el hambre, el desempleo, en pocas palabras, la falta de alternativas reales para una vida digna, están alcanzando ahora cifras nunca vistas en la historia. Todo ello a pesar de que los apologetas del neoliberalismo siguen fieles a su discurso según el cual “para cualquier observador más o menos lúcido de lo que ha ocurrido con las economías estatizadas y el intervencionismo estatal, es inevitable reconocer que sólo una economía abierta trae desarrollo y progreso” (Vargas Llosa, 2009).

Las evidencias, podríamos responder, sugieren justamente lo contrario: que si tras tres décadas de aplicación sistemática de los postulados neoliberales en los países empobrecidos, los índices de pobreza, de desigualdad social y, sobre todo, de acumulación del capital en cada vez menos manos, no han hecho sino aumentar, no será, pues, el neoliberalismo quien traiga desarrollo y progreso para los países empobrecidos de la periferia capitalista. El neoliberalismo, como mucho, traerá para estos países el desarrollo de la dependencia y la explotación, el desarrollo del subdesarrollo.

En este artículo se hace una revisión de los efectos que las políticas neoliberales han tenido para los países empobrecidos de la periferia, a la vista de los datos actuales en medio de la crisis global capitalista. Los resultados son del todo esclarecedores. El Neoliberalismo para los países en desarrollo es igual, entre otras calamidades, a más miseria, más desempleo, más pobreza, más hambre, más endeudamiento con el exterior, más desigualdades sociales y más concentración de la riqueza en manos de los poderosos países del Norte y sus clases más privilegiadas, que no son precisamente sus clases trabajadoras. Estamos entonces, qué duda cabe, si hacemos un análisis conjunto de todos los datos que se verán en el artículo, ante lo que podemos considerar la culminación de la historia de un fracaso anunciado: la historia del neoliberalismo como paradigma para el desarrollo de los países empobrecidos, por más que, como se ha dicho, los apologetas de estas doctrinas económicas sigan tratando por todos los medios de convencernos de lo contrario.

La conclusión final también es sencilla: los pueblos empobrecidos tienen que abandonar desde ya el neoliberalismo y apostar decididamente por modelos alternativos para el desarrollo. Modelo que deben ir más allá de los estrechos márgenes otorgados por el capitalismo. Modelos que han de avanzar por la senda del desarrollo auto-centrado y el socialismo. No queda otra.

Pueden leer y descargar el artículo completo en la siguiente dirección:

http://www.scribd.com/doc/21977300/Neoliberalismo-y-desarrollo-la-historia-de-un-fracaso-anunciado

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=94416&titular=neoliberalismo-y-desarrollo-la-historia-de-un-fracaso-anunciado-