domingo, 15 de noviembre de 2009

Prostitutas


No, aunque resulte extraño por el título de este artículo, no voy a hablar de esas mujeres que, por diversas circunstancias, unas más trágicas que otras, se ven obligadas a vender su cuerpo a cambio de dinero. Por estas prostitutas tengo el mayor de los respetos, y en muchos casos hasta un fuerte aprecio. Pido perdón incluso por el uso que voy a hacer de este término con un afán claramente despectivo. Seguramente no lo merezcan. Pero hay ocasiones en que el lenguaje te dota de una libertad que la moralidad personal no te permitiría. Esto es, que use la palabra prostituta para atacar la indignidad de ciertas personas, no es más que un recurso lingüístico, nada que ver con el insulto a las verdaderas prostitutas, algo que jamás haría. Quede claro.

Con este artículo en realidad quiero atacar sin piedad a esa otra clases de prostitutas (las indignas y miserables de verdad) que nos invaden cotidianamente a través de los medios de comunicación, tanto en prensa, como en radio, como en televisión. A esos periodistas, reporteros, opinantes, articulistas, presentadores de informativos y demás fauna que se someten inescrupulosamente a los designios de las empresas que les pagan para promover el odio, el ataque ideológico, la mentira, la calumnia, la manipulación y la falsedad contra todo aquello que no es del gusto de sus jefes, según la línea marcada ya desde el mismo momento en que firman su contrato de trabajo. Esos personajes repugnantes que tanto daño hacen a la sociedad, prostituyendo su libertad de expresión a cambio de unas cuantas monedas, convirtiendo el derecho a la información del conjunto de la ciudadanía en un obsceno derecho a la manipulación del conjunto de la sociedad por parte de los amos de los grandes conglomerados mediático-empresariales. Aquellos que a cambio de un sueldo y algo de reputación profesional (también hay putas con buena fama por la excelencia de sus servicios), son capaces de transformar la información en un mero proceso continuado de creación de opinión, según lo que le ordenan sus amos, que a la vez son también sus proxenetas y los clientes que gozan de sus servicios.

Aquellos que siempre estarán dispuestos a levantar su voz contra todos aquellos que les manden quienes les pagan, esgrimiendo como pretexto para ello su derecho a la libertad de expresión e incluso sus convicciones ideológicas personales, pero que jamás, digo bien, jamás, se atreverán a levantarla en contra de esos que llenan cada fin de mes sus cuentas bancarias por más que sean éstos quienes estén perturbando su derecho a la libertad de expresión o atentando contra sus convicciones ideológicas. Aquellos que se someten y callan cuando saben que el decir lo que piensan puede costarles el puesto de trabajo. Aquellos que hacen de la auto-censura un medio de vida y de supervivencia laboral. Aquellos que se sienten como pez en el agua cuando saben que están escribiendo, hablando o transmitiendo algo; un artículo, una noticia, un reportaje, lo que sea; que de una misma vez hace felices a sus amos y les resulta satisfactorio a ellos mismos, por ir acorde a sus propias convicciones personales. Los que jamás dirán nada cuando despiden a un compañero por atreverse a traspasar el límite marcado por los proxenetas. Los que jamás tendrán el mínimo remordimiento al saber que con su trabajo están mintiendo, engañando, manipulando y sesgando el derecho a la información de millones y millones de ciudadanos.

Sí, son prostitutas, y de la malas. Prostitutas de la comunicación. Prostitutas porque aceptan someterse a la voluntad de otro a cambio de dinero. Prostitutas porque venden su mente, y hasta sus propios derechos, para que quienes les pagan puedan satisfacer sus pretensiones e intereses personales o empresariales. Personas que se prestan a poner el culo gustosamente para que sus amos puedan dominar la sociedad a su antojo. Eslabones oxidados y putrefactos de una cadena que ahoga el derecho a la información y no tiene otro fin que encarcelar el verdadero derecho a la libertad de expresión de las personas, que no es otro que aquel fundamentado en el conocimiento real, veraz y objetivo de lo que ocurre en el mundo. Individuos que inundan la opinión social de tópicos "anti-todo-aquello-que-les-ordenan-sus-amos", y que a posteriori usan esos mismos tópicos para atacar sin piedad a quienes se atreven a defender lo que sus amos les han ordenado que ellos critiquen.

Uno de los últimos ejemplos de la labor de estas prostitutas de la comunicación lo tenemos en el último artículo publicado en el diario El País por la señora Elvira Lindo: Comunistas. Sin pudor ninguno, en él la señora Lindo se atreve a juzgar y condenar a una persona que no conoce de nada, simplemente porque esa persona se ha atrevido a declararse claramente y sin ambigüedades “comunista”, y a partir de ahí a todas aquellas personas que, de una u otra manera, comulgan con las ideas de la atacada en el artículo. Eso sí, con respeto progresista.

Tirando de manual, la señora Lindo mueve uno a uno los principales tópicos anti-comunistas que cualquier adolescente sin consciencia política ninguna podría repetirte de memoria, según lo ha aprendido previamente por boca de estas mismas prostitutas de la comunicación. Los Gulag y los millones de muertos del comunismo, lo mucho que gustan los comunistas de ser asalariados de la política mientras predican sus proclamas igualitarias, la crueldad de la dictadura cubana, lo anticuadas y obsoletas que son las ideas comunistas, etc. Todo el repertorio anti-comunista que cualquier "ciudadano-de-bien" debe conocer de memoria. Me resulta increíble pensar que una persona que ha tenido gran éxito escribiendo literatura infantil, tenga que recurrir a semejantes argumentos para atacar el comunismo, más aún, para atacar a una persona que se dice comunista. Lo mínimo que se podría esperar es que al menos lo hiciese con imaginación e ingenio, con talento. Qué menos para una escritora de tanto prestigio.

Pero he ahí precisamente otro rasgo de estas prostitutas de la comunicación: someten incluso su propio talento para ponerlo al servicio de lo que la empresa espera de ellas. No importa cuán brillante pueda ser lo escrito o dicho, lo que importa es que haga felices a quienes le pagan y llenan su cuenta corriente cada mes. Lo importante es seguir haciendo méritos. Lo importante es dejar satisfecho al cliente, y contento al proxeneta, para que el uno repita y el otro no las castigue con cualquier barrabasada. Lo importante es que los padrinos estén agradecidos con su trabajo y no les retiren su protección. Todo lo demás es secundario.

No, está muy claro, a la señora Lindo no le ocurrirá como al también escritor Rafael Reig, recientemente fulminado como articulista de opinión en el diario Público precisamente por defender la condición comunista de Miguel Hernández. No, a ella no le pasará jamás esto. A ella no la dejarán nunca sin epacio para opinar por expresarse sin miedos ni tabús, por atreverse a ser fiel a sus convicciones y defenderlas, aun a riesgo de su propia estabilidad laboral.

Porque a la señora Lindo, a la cual se le presupone un cierto talante respetuoso y comprometido con las libertades y derechos ciudadanos, jamás la veremos escribiendo en El País acerca de la aberrante manipulación que continuamente tal diario hace sobre la realidad política de países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, la misma Cuba o Honduras, tan evidente y clara que cualquier ciudadano con un mínimo de consciencia política debería sentirse avergonzado, mucho más si eres parte directa de ese medio. Pero a la señora Lindo esto no le importa. Ni tampoco se atreverá a sacar algo, como sí hiciese el Roto, para cuestionar y criticar el chantaje de la empresa que le paga a sus trabajadores cuando hay ciertas negociaciones laborales de por medio. Igualmente, la señora Lindo ni se molestará porque El País brinde sus páginas para el ataque personal a quienes se atreven a cuestionar los dogmas establecidos en ciertas cuestiones por las multinacionales farmacéuticas, tal cual ha pasado recientemente con el caso de la monja Teresa Forcades, y si lo hace no la veremos escribir sobre ello: ella al fin de cuentas estará con El País... y con las multinacionales farmacéuticas. Tampoco escribirá algo, ella que va tan de progre y respetuosa con la libertad, para defender la dignidad de las personas que están a favor del libre intercambio de archivos p2p en la red, cuando alguno de sus compañeros de opinión en el diario, como ha ocurrido esta misma semana, se atreve a tratarlos poco menos que como a terroristas.

En fin, nada de esto le veremos jamás hacer a la demócrata empedernida de Elvira Lindo, la de las ideas modernas, la progresista, la que no está anticuada, la que le va tan bien, no como a los comunistas. Ella jamás morderá la mano del amo que le da de comer. Ella jamás se atreverá a criticar en público al medio que le paga o algunas de las continuas aberraciones periodísticas que desde este medio se vierten a diario en contra del verdadero derecho a la información de la ciudadanía.

Ella simplemente es una puta de la comunicación, no se puede esperar más.

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