sábado, 24 de abril de 2010

Los franquistas siguen muriendo en la cama y con honores de Estado


Faltaba poco más de un año para la muerte de Franco pero Samaranch aún alzaba el brazo...

Honor a los vencedores, humillación para los vencidos. Gloria a los héroes de la patria, persecución y castigo para los traidores. Cuarenta años de dictadura franquista llevaron a bien tales tendencias ideológicas desde Cataluña a las Canarias, del País Vasco a Andalucía, de las Baleares a Galicia, de Valencia a Extremadura.

El nombre de los muertos en la cruzada contra el comunismo se fue insertando en cada Iglesia, en cada plaza, en cada calle del Estado Español. Sus memorias honradas y sus familias resarcidas y cuidadas con mimo por la dictadura. Al otro lado quedaban aquellos que perdieron la guerra. Masacrados, perseguidos, castigados, fusilados al amanecer, enterrados en las cunetas, represaliados y expulsados de la historia.

Cuarenta años aguantando la complicidad de media España con la tortura, el asesinato, la persecución física y memorística de quienes habían osado alzar su voz contra el fascismo. Cuarenta años en que los deseos de una sociedad libre y democrática habitaban en recónditos escondites, tanto físicos como mentales. Mientras las loas a la muerte; de la cultura, de la inteligencia, de la libertad y de la vida misma; eran discurso oficial de Estado, y motivo de medallas y aplausos generalizados en las plazas públicas.

Cuarenta años esperando la muerte del dictador como única salida factible a un régimen fascista que cada año que pasaba estaba más respaldado por la Comunidad Internacional del “mundo libre”. Ningún apoyo para la resistencia de esos hombres y mujeres que peleaban en el día a día de aquella España por derrocar al tirano, desde los montes, las fábricas, o donde quieran que pudiesen estar durante los cuarenta años que duró aquello.

Franco murió en la cama y con honores de Estado. Sus acólitos salieron a rendirle homenaje por millones con la esperanza de que algún otro fascista asumiese mando y continuase con la macabra obra histórica que había creado el Caudillo por la Gracia de Dios. Los vencidos debían esperar pacientemente su momento. La democracia estaba llegando. Llamaba a la puerta del Estado. Nadie fue a abrirle.

Tres décadas después de todo aquello, los franquistas se siguen muriendo en la cama y con honores de Estado, y los vencidos siguen esperando justicia. Las masas salen a la calle para honrar la memoria de los que alzaron la bandera de la dictadura, mientras los familiares de los muertos de ésta tienen que acudir al exilio para buscar una memoria que se les sigue negando.

Nada ha cambiado. Ni en la formas ni el fondo. Los que llamaban a la democracia entre signos de exclamación, no tienen más remedio ahora que sustituir aquellos signos por los más acordes signos de interrogación. ¿Democracia? Sí, la que los franquistas construyeron desde 1936.

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