sábado, 25 de abril de 2009

La polémica social como estrategia publicitaria en la Iglesia Católica actual


Llegados a este punto, podemos concluir que en el terreno de las recomposiciones individuales y comunitarias de la modernidad y dentro del mercado religioso con opciones múltiples para el consumidor, las diversas versiones religiosas -establecidas o tradicionales y innovadoras, oficiales y heterodoxas, mayoritarias y minoritarias, legitimadas y no legitimadas- se distribuyen la oferta de estructuras ideológicas y organizativas, de imágenes de identidad y de bienes simbólicos de salvación. Y se distribuyen también diferentes grados de transigencia, exigencia y transparencia según los casos particulares antes que según las etiquetas o el reconocimiento social. Por otro lado, la situación de competencia, el conflicto de intereses y los procesos de construcción de imágenes sociales y de estigmatización que suelen aparecer en este marco, han de hacernos pensar sobre todo en términos de relaciones de poder (como decían Berger y Luckmann, la confrontación de universos simbólicos alternativos siempre supone un problema de poder) y de lucha social por la legitimidad religiosa”[1].

I

En un mundo consumista-capitalista que vive de facto como si Dios no existiese, los espacios públicos reservados en exclusividad para la Santa Madre Iglesia tienden progresivamente a la desaparición. Si bien es cierto que en el mundo occidental-católico los fieles se siguen contando por millones, al menos en lo que al número de personas bautizadas se refiere, a nadie se le escapará que las prácticas cotidianas asociadas con esta religión tienden poco a poco a la marginalidad, en especial en lo referido a las conductas mayoritarias de los ciudadanos y ciudadanas. Muchos son los que se declaran católicos de puertas para afuera, pero pocos, muy pocos respecto de total, los que practican de manera consecuente los ritos y creencias vinculados con esta doctrina eclesial. Desde el amplio espectro de los auto-denominados creyentes pero no practicantes, hasta el no menos numeroso campo de los practicantes cuya conducta para con sus creencias se limita al acto formal de asistir a misa al menos una vez por semana, pero sin llevar a cabo con posterioridad un escrupuloso respeto por las principales pautas morales derivadas de la doctrina católica que dicen profesar (amar a Dios por encima de todas las cosas, amar al prójimo como a uno mismo, no mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, no usar ningún tipo de método anticonceptivo, dar de comer al hambriento y de beber al sediento, condenar la usura, no caer en la tentación de alguno de los principales pecados capitales: Lujuria, gula, avaricia, envidia, pereza, ira, soberbia, etc.) parecen ser igualmente millones los creyentes católicos que para nada viven en su práctica cotidiana temerosos de su propio Dios, sino que, muy al contrario, parecieran ellos mismos haberlo dejado completamente de lado, convertido en un mero formalismo ideológico al cual recurrir únicamente en caso de necesidad, pero al que se obvia y olvida el resto del tiempo. Reales, reales, verdaderamente creyentes y practicantes, pocos católicos quedan ya en occidente. Estamos pues dentro de lo que diversos teólogos, antropólogos y sociólogos de la religión han calificado como la época de la “religión a la carta”.

II

Religión a la carta es un concepto introducido en el debate sociológico de la segunda mitad del siglo XX por autores de prestigio como Berger y Luckmann, que viene a hacer referencia a esa actitud que parece haberse extendido entre los ciudadanos que se declaran creyentes (en el amplio sentido de la expresíon, no determinado necesariamente por la pertenencia a una religión o práctica concreta), los cuales toman del amplio espectro de la oferta religiosa existente los preceptos que le parecen más adecuados a su propia existencia cotidiana, dejando a un lado aquellos que no le parecen oportunos, aun cuando estos preceptos rechazados puedan ser puntos esenciales en la doctrina que dicen procesar. Digamos que es una forma de hacerse una religión al gusto del consumidor, como aquel comensal que entra en un restaurante y selecciona aquellos platos de la carta del mismo que le parecen más acordes con su posibilidades y gustos, dejando a un lado los demás, bien por no ser de su agrado en ese momento concreto, bien por no poder pagarlos. El resultado final puede ser una mezcla de varios ingredientes y condimentos de las diversas tradiciones religiosas y para-religiosas existentes, o bien una elección fundamentada en el núcleo central de creencias de alguna de esas tradiciones ya existentes, pero depurada de aquellos preceptos morales o rituales que no son del agrado del sujeto elector. Por ejemplo, el caso de un creyente que se declara convencido de la existencia de un Dios monoteísta, pero a su vez está convencido de la existencia de la reencarnación, o aquel individuo que se declara católico pero no tiene problema alguno en mantener relaciones sexuales antes del matrimonio o utilizar algún tipo de medio anticonceptivo durante las mismas. Ustedes mismo podrán completar la lista de ejemplos sin demasiada dificultad con solo mirar a aquellas personas que se declaran creyentes a su alrededor.

III

El resultado de esta dinámica de elección a la carta lo tenemos también de manera visible en la aparición de lo que estos mismos autores han denominado como un “mercado de lo religioso”, donde en un marco de pluralismo religioso la diversidad de creencias existentes compiten entre sí para poder llegar con la mayor fuerza posible al consumidor de lo religioso, asegurándose así, aunque solo sea de manera parcial, la adhesión del mayor número posible de sujetos a los productos morales o rituales por ellas ofertadas. Esto quiere decir que en Occidente, desde que la religión dejó de ser un elemento integrado en la esfera de lo público para convertirse en un componente de lo privado, las alternativas religiosas se han convertido en un verdadero producto de mercado, al cual han de llegar los potenciales clientes a través de sí mismos o del encuentro con los demás. Ya no existe una única religión ligada al Estado que tenga el monopolio exclusivo en temas morales y la capacidad exclusiva -amparada por ley- de llegar a los sujetos de nuestras sociedades, si no que, desde su estricta libertad, es el sujeto quien escoge, reflexivamente o no, la religión a la cual abrazarse de entre las múltiples posibilidades que se le plantean a su alrededor, entre ellas la propia irreligiosidad[2], y ya sea ésta una religión tradicional, ya sea alguno de los “nuevos movimientos religiosos” emergentes o ya sea simplemente una “religión a la carta” diseñada y determinada por él mismo. En este panorama, la publicidad de lo religioso, al igual que ocurre con la publicidad en cualquier otro mercado que se tercie, se convierte en un elemento fundamental para poder llegar de manera efectiva a los potenciales consumidores del producto ofertado por las diversas creencias existentes. Tan sólo aquellas ofertas conocidas por el consumidor podrán tener la capacidad de expandirse entre los creyentes, y a mayor número de sujetos conocedores de la existencia de tal oferta religiosa, mayor capacidad potencial tendrá esa oferta para mantener constante un número de fieles significativo, y con ello, que al final es de lo que se trata como con todo otro producto ideológico que se tercie, un cierto peso y capacidad de influencia dentro del orden socio-económico general.

IV

Evidentemente, en nuestra sociedad actual son las religiones mayoritarias las que gozan de un mayor conocimiento entre los potenciales consumidores de lo religioso, y en especial aquella religión que ha sido por siglos la religión tradicional y practicada de manera mayoritaria por los creyentes de estas tierras, el cristianismo. Pero eso no implica, en absoluto, que sea ésta la religión mayoritaria hoy entre los fieles occidentales. Muy al contrario, en la actualidad el cristianismo se ha visto completamente superada por la nueva religión de masas del siglo XXI: el Consumismo-capitalismo[3]. Una religión ésta, que aunque sin Dios sobrenatural reconocido, ha sido capaz de acaparar y dar respuesta a las principales exigencias subjetivas demandadas por los creyentes a las religiones tradicionales durante milenios: las orientaciones de sentido vital y las conductas éticas necesarias para llevar una vida acorde con los valores mayoritarios de la sociedad.

V

Si bien debemos situar en las revoluciones liberales acaecidas en el mundo occidental a finales del siglo XVIII el origen de esta progresiva sustitución del cristianismo por el consumismo-capitalismo como religión mayoritaria, ya que a través de ella se sentaron las bases necesarias para que la religión cristiana fuese paulatinamente perdiendo espacios de dominio público, tanto a nivel de las regulaciones jurídicas existentes, como a nivel de la capacidad directa para llegar a las nuevas generaciones a través del proceso de socialización, es con la transformación dada en la segunda mitad del siglo XX desde un capitalismo de base principalmente productiva a un capitalismo de consumo, cuando, a raíz de las propias necesidades económicas del sistema, emerge un nuevo modelo social de orientaciones vitales y comportamientos éticos que acaba por desbancar por completo al modelo de inspiración cristiana, precisamente por estar fundamentado en unos criterios antagónicos con las pautas centrales del cristianismo. El capitalismo de consumo exige un individuo cuya orientación vital esté determinada por la competitividad, el egoísmo y el individualismo extremo, pues son esos precisamente los principios que rigen a nivel global la sociedad de mercado y sus necesidades económicas, unos valores muy alejados de los postulados de amor al prójimo, la solidaridad y otros elementos centrales en el cristianismo. Así mismo, el capitalismo de consumo exige ante todo la existencia de un individuo consumista, un individuo al cual introducir de pleno en la dinámica de constante producción y venta necesaria para mantener al alza la economía consumista-capitalista, en una renovación constante del ciclo consumista que sostiene el crecimiento de los beneficios económicos de los poseedores de los medios de producción capitalista. Esto a su vez implica la conversión de la sociedad en una sociedad de naturaleza hedonista y constantemente sumergida en una filosofía del Carpe Diem. Si el mercado necesita de una continua emisión de nuevas necesidades sociales, si necesita de una continua venta de nuevos productos asociados a unos determinados componentes simbólicos, es lógico que la filosofía del placer inmediato, así como la de vivir intensamente el momento, se abran un hueco predominante en la acción moral de los individuos. Muchos son los productos etiquetados de manera simbólica como "placenteros", y muchos aquellos que sólo cobran un sentido de valor simbólico mediante su uso fugaz y ajustado al momento concreto de las exigencias del mercado y las expectativas sociales. Esta ética del hedonismo y el Carpe Diem es por definición una ética antagónica con los valores éticos propugnados por el cristianismo, fundamentados éstos en la contención del deseo, la afirmación de lo espiritual frente a lo terrenal y el no dejarse arrastrar por la tentación de lo pecados capitales, tales como la lujuria o la gula tan presentes en la filosofía publicitaria y existencial del capitalismo-consumismo.

VI

Si a todo lo dicho le sumamos el hecho innegable de un capitalismo-consumismo, en tanto que sistema de valores existenciales y morales, capacitado para llegar a todos los individuos del mundo occidental a través del propio proceso de socialización de los mismos, ya desde el ámbito familiar o la escuela y fundamentalmente a través de los omnipresentes medios de comunicación y la poderosa publicidad mercantil, y un cristianismo cada vez más desplazado de las instituciones públicas, sin prácticamente control alguno de los principales medios de comunicación y con una existencia casi residual en el global del proceso de socialización de los niños entre su propio grupo de iguales o las instituciones académicas públicas, el resultado es claro: en el actual mercado religioso el consumismo-capitalismo parte con una ventaja abismal respecto del cristianismo a la hora de acercar nuevos fieles hacia sus planteamientos y postulados; sus creencias, sus mitos y sus planteamientos morales y existenciales. En consecuencia, guste más o guste menos a los cristianos practicantes, en la situación actual el cristianismo se ve completamente incapacitado para poder competir en igualdad de condiciones con el capitalismo-consumismo. Con lo cual el único camino que le queda al cristianismo en este contexto para no auto-inmolarse, es la conciliación con el consumismo-capitalismo o, lo que viene a ser lo mismo, descartar la posibilidad de un enfrentamiento directo con el mismo y aprovechar los espacios morales o existenciales que aún perduran en la sociedad actual consumista-capitalista y mediante los cuales poder encontrar nuevas vías para expandir sus armas propagandísticas y mantener activo el discurso cristiano de cara al global de la sociedad. La idea no es devolver al cristianismo a un espacio hegemónico dentro de las creencias morales y existenciales de la sociedad, sino mantener al cristianismo en el candelero mediático y con ello no perder los espacios de poder e influencia que aún conservan en el global de la estructura socio-económica vigente.

VII

Es por ello que las diversas creencias religiosas cristianas en general, y la Iglesia Católica en particular, están abonadas desde hace décadas a la polémica social, sabedoras del potencial propagandístico que este tipo de debates tienen de cara al global de la sociedad. En cualquier polémica social que puedan meter la cabeza, allí está la Iglesia, y especialmente en aquellas donde se pueda encontrar un componente moral vinculado de una u otra manera con la tradicional doctrina católica en aspectos morales: el aborto, el matrimonio homosexual, el uso de métodos anticonceptivos, la investigación con células madre, etc. por decir algunas de las más recientes, o como antes ya ocurriese igualmente con el divorcio, las parejas de hecho, la maternidad fuera del matrimonio, etc. Es ahí, precisamente ahí, donde la Iglesia católica ha encontrado un filón para mantenerse contantemente presente en el panorama mediático consumista-capitalista. La polémica social en aspectos morales es el verdadero arma propagandística de la Iglesia Católica actual, mediante el cual mantenerse siempre visible de cara a la ciudadanía en medio de un ambiente mediático y sociológico general que le es completamente antagónico. Son temas estos donde el consumismo-capitalismo, al no tratarse de temas centrales para el funcionamiento de la economía capitalista, no tiene la plena hegemonía y, por tanto, la tradicional influencia del catolicismo sigue teniendo gran peso entre buena parte de la ciudadanía. Fomentar la disputa en estos temas garantiza a la Iglesia seguir manteniendo viva su presencia tanto en el escenario mediático general, como en la consciencia de millones de ciudadanos/as, al tratarse de temas donde sigue existiendo una gran polaridad social en base precisamente a los juicios de valor defendidos por siglos o décadas en la doctrina católica, una polaridad expresada fundamentalmente a nivel simbólico entre aquellos que siguen dejándose embaucar por los postulados defendidos en la teología católica y aquellos que se mueven en unos criterios más progresistas, cientificistas y acordes a la moral liberal emanada de las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX.

VIII

Así pues, que a nadie le extrañe que el discurso de la Iglesia Católica en estos temas parezca ir siempre más encaminado hacia la sociedad en su conjunto que hacia sus propios creyentes, tal y como debería ser lo apropiado según la naturaleza laicista que nos envuelve. Eso de querer convertir en delito aquellos quebrantamientos de la ley moral de la Iglesia que como tales no deberían ser más que pecados, en realidad no deber ser visto como una presión política con la que atacar y combatir la naturaleza laicista del Estado (que también), sino principalmente como una mera estrategia publicitaria con la que aprovechar los pocos espacios morales y existenciales, mediáticos y propagandísticos, que en la actualidad no son dominio hegemónico del sistema de valores morales y existenciales consumista-capitalista, y con ello poder seguir manteniendo el discurso católico en el candelero y asegurar cuando poco el poder y la influencia que, a pesar de todo, sigue manteniendo la Iglesia Católica en el mundo capitalista, que no es precisamente poco en cuanto a privilegios políticos y económicos se refiere. Y por eso es también que las vallas publicitarias de la actual campaña de la Iglesia Católica en contra del aborto me parecen a nivel simbólico mucho más realistas que cualquiera de las homilías anti-abortistas que puedan verter en alguna de sus iglesias o catedrales. Mientras estas son únicamente para degustación de los fieles ya convencidos, aquellas son de pretendida influencia general para todos y cada uno de los potenciales consumidores de lo religioso inmersos en el mercado de ídem y con aspiraciones de hacerse su propia religión a la carta, aún cuando en esencia sean ya adeptos convencidos de la religión mayoritaria de nuestros días: el consumismo-capitalismo. Esperemos que a partir de ahora opten más por las vallas publicitarias, y menos por los discursos políticos a los que tan acostumbrados nos han tenido por tanto tiempo. Sería un alivio, además de ser, como digo, mucho más realista según la situación real de la Iglesia Católica en la actual sociedad religiosa consumista-capitalista.

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[1] Jaume Vallverdú. Universidad Rovira i Virgili, Tarragona, “Mercado religioso y movimientos carismáticos en la modernidad”, en Gazeta de Antropología, Nº 17, 2001 Texto 17-22, Universidad de Granada, Granada, Andalucía.

[2] Pedro Antonio Honrubia Hurtado, ¿Nos está el Papa vendiendo religión en sus discursos teológicos?, Rebelion.org, 08-10-2006

[3] Pedro Antonio Honrubia Hurtado, “CONSUMISMO-CAPITALISMO, LA NUEVA RELIGIÓN DE MASAS DEL SIGLO XXI”, http://www.pedrohonrubia.com/2.html

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