domingo, 28 de febrero de 2010
Orlando Zapata y las fosas comunes de la memoria histórica capitalista
Ha muerto un preso cubano tras 85 días en huelga de hambre. No es necesario dar más datos del lamentable suceso, doy por hecho que usted ya conoce suficiente al respecto. La prensa capitalista se ha encargado de darle buena cobertura al hecho.
Pobre hombre. 85 días sin comer hasta dejarse morir, para acabar siendo no más que simple carne de cañón mediática en manos de gente sin moral, que no son capaces de ver más allá de sus espurios intereses políticos y económicos.
Estamos ante lo de siempre. Usarán su figura mientras les dé réditos políticos, y después lo tirarán al basurero de la historia. Con sus semejantes. Con los de su clase.
Al fin y al cabo no dejaba de ser un albañil de poca monta, un enemigo de clase, uno que sólo interesa para que ponga la cara dispuesto a que se la partan, mientras los mafiosos y terroristas que dirigen el pastel desde Miami viven a cuerpo de Rey.
No, Orlando Zapata no será ningún mártir, ni jamás tendrá calificativo de héroe nacional. Su condición social no lo permitiría. Ningún obrero fue nunca héroe en ningún país capitalista, salvo que hubiese servido triunfalmente a los intereses imperialistas, traicionando con éxito absoluto el espíritu combativo de su propio pueblo.
Hay pocos Lech Walesa en la historia capitalista. Aunque, eso sí, muchos Orlando Zapata.
Orlando, al fin y al cabo, es uno más de esos muchos millones de pobres desgraciados que a lo largo de la historia han entregado sus vidas en defensa de los intereses de clase de la burguesía imperialista. No se engañen, ninguno de ellos fue héroe. Como mucho, se levantan estatuas para homenajear al soldado anónimo caído por los intereses de -los amos de- la patria, aquí y allá, en todos sitios.
Orlando es, pues, uno más de esos muchos millones de personas a lo largo de la historia cuya muerte fue en vano. En vano porque, aunque los intereses que los movieron a luchar fuesen finalmente victoriosos, en esencia no eran sus intereses, sino los intereses de una clase dominante y explotadora para cuya casta, tanto él como sus descendientes, no serán nunca más que ciudadanos y ciudadanas de segunda categoría, cabezas de turco, meros sacrificios por una causa de la que únicamente ellos y sus descendientes saldrán siempre beneficiados.
No, no se engañen tampoco. Con la muerte de Orlando, en Miami no han corrido las lágrimas. Tal vez sí de cara a la galería. Sí de cara a la prensa. Lamentaciones y condenas por aquí, llantos por allá, de cara al público. Por detrás, una realidad bien diferente. Botellas de Champagne y caviar de Beluga. La campaña mediática, los réditos políticos que se puedan sacar a la muerte de Orlando, es lo único que les importa. Otro pobre diablo que sacrifica su vida para que los amos del mundo puedan seguir reinando por mucho tiempo.
Mañana en Miami nadie se acordará de Orlando. Seguirán con sus vidas a todo tren, sus limusinas, sus fiestas privadas repletas de lujos. Salvo para cuando haya que citarlo ante la prensa internacional capitalista mientras dure el tirón mediático. Un comunicado por aquí, un homenaje por allá, así hasta que deje de tener interés para el gran público.
Después nada, al basurero de la historia. Al basureo de la historia capitalista junto a los otros muchos millones de Orlandos Zapatas, aquellos que están enterrados en las fosas comunes de la memoria histórica capitalista, las fosas comunes que más personas anónimas han sepultado: las fosas comunes donde van parar los recuerdos de aquellos obreros, de aquellos campesinos, que dieron su vida en defensa de los intereses imperialistas de la alta burguesía mundial.
Una fosa común interminable junto a soldados, veteranos de guerra, policías, mercenarios, activistas sociales y tantos otros.
Ninguno fue héroe, ni lo será nunca. No son más que sacrificios humanos en nombre del único Dios verdadero: el poder, el dinero, la avaricia de la burguesía imperialista.
Pobre Orlando. D.E.P.
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