martes, 6 de enero de 2009
¿Qué hay crisis? ¡Joder! y yo con estos pelos...
En estos días convulsos que vivimos, un extraño fenómeno paranormal, que tiene lugar, más o menos, una vez cada diez o doce años (ciclos aproximados de ocho años según los economistas liberales), se ha vuelto a hacer visible ante los ojos del espectador. Y no podía dejar de mencionarlo, pues es de una gravedad evidente.
El caso es que uno sale a la calle, entra en los bares, se sienta tranquilamente a fumarse un cigarrillo en el banco del parque, pasea por las estrechas callejuelas del mercado (el de abastos, no el bursátil, que ahí todavía no he tenido el gusto de poder entrar), se acomoda en el sillón del peluquero, y resulta que el tema principal de conversación de la gente no es el último partido de su equipo preferido, o la última follienda del famoso de moda, sino la crisis económica. Sí, señores, ¡la economía es el tema de moda en las conversaciones del ciudadano de a pie! ¿Es o no es para sorprenderse?
La verdad es que anda todo el mundo muy revuelto y preocupado. Que sí el Euribor por aquí, que si la inflación por allá, que si el paro por acá, que si los activos tóxicos, las hipotecas basura y la burbuja financiera, que si los inmigrantes por el otro lado, que si ZP por las esquinas, que si la culpa de todo la tiene la especulación inmobiliaria, etc., etc. De eso se habla. Confieso que me siento extraño ante tal situación. Acostumbrado como está uno a tener que partirse el pecho en discusiones cafeteras relacionadas con la ausencia de Raúl de la selección española de fútbol, la calidad técnica de los nuevos fichajes del Real Madrid y el FC Barcelona o las ayudas arbitrales a unos u otros equipos, así como en comentarios jocosos sobre los atributos físicos de tal o cual participante de Gran Hermano, la orientación sexual de éste o aquel cantante, o el último capítulo de los hombres de Paco, los Serrano, Aida o Sin tetas no hay paraiso, esta situación me supera. Tanto que las más de las veces prefiero ni opinar no vaya a ser que uno, profano en el arte del manejo del dinero mundial, meta la pata ante estos repentinos entendidos economistas que nos rodean por doquier.
Total, que la crisis se ha puesto de moda. Ya, incluso, ante tal avalancha de popularidad, hasta el propio presidente del gobierno español y su ministro de economía han tenido que incorporar tal palabra a su vocabulario habitual. A ver quien es el valiente que, con este panorama, se atreve a decir que no hay crisis.
Pero el caso es que, en el fondo, como ciudadano de clase media que soy, hijo de trabajadores, proletario ocasional y estudiante receptor de ayudas del estado, no sé por qué pero, aun cuando hago todo lo posible por auto-negármelo, me da la sensación de que la situación real de mi economía (tanto en clave presente como, sobre todo, en perspectiva futura), así como la de la inmensa mayoría de todos aquellos que ahora con tanta insistencia hablan de la crisis, no es tan diferente a la que podíamos tener hacer tres o cuatro años, cuando se supone, según nos dicen ahora, que vivíamos en una situación de maravillosa bonanza económica que daba a la clase trabajadora para no tener de qué preocuparse.
Cierto es que uno ya ve, en medio de tanto discurso catastrofista, aquellos maravillosos años como muy lejanos en el tiempo. Pero eso no quita que aquellos fuesen, hemos de reconocerlo (pues así se desprende de la impresión generalizada hoy entre los trabajadores), años extraordinarios en los que las hipotecas no ahogaban a sus dueños (sólo se colocaban a cuarenta años vista y subían una media de doscientos o trescientos euros cada pocos meses), el empleo no era inestable (sólo estaba condicionado a los caprichos de los empresarios y sus planes de gestión, amen de ser en su inmensa mayoría de carácter temporal y precario), los precios no subían (bueno sí, pero menos que ahora y por supuesto todo por culpa del maldito euro), los salarios crecían cada año muy por encima de la subida del IPC (o cuando menos a un nivel equitativo), los inmigrantes no suponían una amenaza para la estabilidad del estado (sólo trabajaban sin papeles y con sueldos generalmente más bajos que los del españolito medio y usualmente en aquellos nichos laborales que estos rechazaban, amén de morir alguno de cuando en cuando en el paso de una alambrada, o la llegada de una patera o un cayuco), y las constructoras y promotoras inmobiliarias no tenían problemas de liquidez en sus negocios (sólo sobornaban a políticos corruptos y destruían sin cesar el medio ambiente, además de subir el precio de la vivienda a rirmos de escándalo). Sinceramente, viéndolo así, ¡Qué tiempos aquellos cuando no había crisis!
Pero ahora todo es diferente. Ahora todo ha cambiado, ahora la crisis (y sólo la crisis) hace que el futuro del obrero no se pueda pintar de color de rosa. Ahora, por culpa de la maldita crisis, los trabajadores estamos expuestos a que la constante subida del Euribor (vaya usted a saber qué es realmente eso) se devore nuestros sueldos y no podamos hacer frente a los pagos puntuales de la hipoteca a nuestro banco, so pena de perder nuestra vivienda (una lastima, porque uno ya se había hecho a la idea de estar cuarenta años pagando religiosamente), bueno no, que ahora parece que ha empezado a bajar el dichoso Euribor (algo es algo). También estamos expuestos a que, en cualquier momento, independientemente del tipo de contrato laboral que tengamos, nuestro jefe pueda ponernos de patitas en la calle, bien por falta de solvencia de la empresa, bien por algún ERE o alguna deslocalización, bien porque simplemente ya no considera necesarios nuestros servicios. Y qué decir de la subida de precios. ¡Nos hemos tenido que pasar todos a las marcas blancas!. Y lo peor es que cada vez nos da para menos. ¡Si ya ni en navidas podemos salir a gastar como posesos! Vamos, que esto no hay ya quien lo pueda soportar. Y todo por culpa de la crisis. ¡Con lo tranquilos y relajados que podíamos vivir antes sin la amenaza de ninguno de estos peligros!, ¡Con lo bien que vive uno en el capitalismo cuando no hay crisis!
Porque todos sabemos que los trabajadores sólo estamos expuestos a las maldades de la economía capitalista cuando hay crisis. Porque es conocido que mientras el sistema capitalista va dando buenos resultados macroeconómicos, los trabajadores no tenemos de qué preocuparnos. Porque es de dominio público que mientras el gobierno de turno nos dice mes a mes que los índices económicos van bien, los trabajadores no somos vulnerables a los devaneos de los ciclos económicos. Sólo cuando la crisis llega a nuestros estados, sólo cuando las malas noticias sobre la recesión del PIB, la subida del paro, el dispararse de la inflación o la caida de la confianza de los onsumidores llegan a nuestras vidas, entonces sí, entonces los trabajadores somos realmente los principales afectados por la economía, pero antes no.
Antes todo es paz y sosiego. La explotación capitalista no existe. La propiedad de los medios de producción no afecta a los niveles de renta del trabajador. La dependencia que cada individuo tiene de su salario para hacer frente a los pagos de cada mes no es trascendente. La salud del sistema de seguridad social, por ejemplo, no nos afecta entonces ni nos condiciona como sujetos en nuestros planes futuros. Por eso la gente en las calles, en los bares, en los mercados (de abastos), en las peluquerías, en el parque, habla de fútbol, de Gran Hermano, de Bisbal y de Chenoa, de los Serrano y los hombres de Paco, del último polvo de Ana Obregón o la última casa de la Presley. ¿Para qué hablar de otra cosa, si no hay crisis?, ¿para qué preocuparse entonces de la economía y/o de la política?
El futuro del obrero puede y debe estar tranquilo cuando no hay crisis. Pero ahora no, ahora ocurre justo lo contrario, ahora estamos en crisis y todos debemos recordarlo a cada momento, para que no nos olvidemos del peligro real al que nos enfrentamos. Por eso, ahora todos debemos hablar de la crisis, todos debemos hablar de economía. Aunque no tengamos ni pajolera idea de que es el IPC, el PIB, los activos tóxicos, las hipotecas basura o la madre que los parió a todos ellos.
¡Y qué duda cabe de que la culpa de todo la tiene Zapatero! Mucho talante, pero muy poca mano para la economía. Y mira que yo fui uno de los que confié en él, y es que siempre me he considerado una persona de izquierdas. Pero está visto que para esto del dinero no vale. Así que en las próximas elecciones, si esto no se soluciona pronto, no me quedará más remedio que volver a votar al PP, como ya hiciese en el 96 y el 2000. Que esos sí, esos, aunque un poco carcas, saben perfectamente que hacer con la economía, que ya lo demostraron en sus ocho años de gobierno (en realidad mi padre estaba en paro hasta que pudo encontrar algopreccario en la construcción, a mí me dejaron sin beca para los estudios, a mi vecino rico del quinto le bajaron tela los impuestos mientras nosotros teníamos que pagar más que antes, mi hermana se fue de casa y no hubo huevos a que encontrarse una vivienda que pudiese pagar con su sueldo de 800eurista, pero nada de esto importaba porque España crecía, según decían todos los analistas, a un ritmo record. Por eso los votaba).
Hemos de suponer entonces que serán estos señores del PP los que nos salvarán de la crisis y nos devolverán otra vez a nuestra seguridad y estabilidad como obreros que somos. Las hipotecas volverán a ser llevaderas, los trabajos estables, los precios contenidos, los salarios adecuados a la realidad económica, etc. En fin, que con ellos se acabará la crisis y las cosas volverán a la normalidad: los trabajadores volveremos a estar seguros dentro del capitalismo. Y si estos nuevamente la pifian en algo, no sé, se meten en una guerra ilegal o gobiernan a golpe de decretazo, volvemos a poner al PSOE renovado y ya está, todo solucionado. ¿O no?
Eso sí, lo que no me queda claro, será por aquello de que la economía no es lo mío, es eso de que, a pesar de la crisis, cada poco tiempos los señores del Banco Santander o el BBVA, así como otras múltiples empresas multinacionales de diversos sectores, aparezcan en la televisión, la radio o en las noticias de prensa diciéndonos que han aumentado sus beneficios en un no sé cuanto %, que sus ganancias rondan los miles de millones de euros por trimestre, y cosas por el estilo. Pero, ¿qué pasa entonces?, ¿qué a estos señores las crisis lo único que les proporcionan es un aumento del beneficio?, ¿qué la crisis para ellos es, todo lo más, pasar de un 30 a un 20% de crecimiento interanual en su volumen de negocio? De verdad que esto de la economía, al igual que la política, no hay quien lo entienda.
Así que mejor que se pase la crisis ya y volvamos pronto todos a hablar de las cosas que realmente nos interesan. Es decir, a hablar de Raúl, de los Serrano, de la Ana Obregón y de los hombres de Paco. Que ahí estamos más puestos y además, donde va a parar, es mucho más divertido y apasionante.
Sólo espero que entre tanto no me toque a mí, o alguien de mi familia, sentir verdaderamente qué es eso de la crisis. Que no deje de ser algo que vaya más allá de una campaña mediática y un abrocharse el cinturón a la hora de hacer la compra. Todo lo más que me quede sin vacaciones o que no pueda comprarle al niño la play station que le había prometido por su cumpleaños. Pero que no me quede sin casa por no poder pagar la hipoteca, o me despidan de mi empleo de manera fulminante, o de verdad no me llegue el dinero para llevar comida a la mesa. Aunque bueno, pensándolo bien, eso también me puede pasar cuando no hay crisis, ¿o no?
La diferencia es que entonces nadie me hará ni puto caso, mi historia no tendrá eco en los medios de comunicación ni será portada de ningún semanal. Claro, no hay crisis, tendremos entonces el futuro asegurado. Hasta que llegue una nueva crisis y otra vez a vueltas con el mazo. Pero eso ya nos lo había advertido Marx hace más de 120 años, ¿o no?
Lástima que hayamos sido nosotros, precisamente nosotros, los trabajadores, quienes antes pareciera que lo hubieramos olvidado.
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