lunes, 19 de enero de 2009

Una llamada al mundo desde la agonía de una vieja


Queridos amig@s:

Lamento tener que dirigirme a todos ustedes en estas condiciones de debilidad y desesperanza. Aquellos que me conocéis, aunque sólo sea de oídas, sabéis que siempre he sido una mujer luchadora, una mujer fuerte, una señora cargada de ganas por vivir, un alma libre continuamente preocupada por los problemas de nuestro mundo; eterna compañera del saber y enemiga a muerte de la ignorancia. Pero ahora siento que estoy atrapada. Parece que desde el poder establecido por las clases dominantes quieren meterme en un zulo y dejarme allí olvidada.

Muchas son mis credenciales y muchas mis buenas palabras. Pero más aún son mis grandes hazañas. Por mis manos han pasado todo tipo de proyectos. Algunos fracasados, es cierto, destinados a caer sepultados bajo el peso de la historia. Pero no es menos cierto que otros muchos han salido victoriosos, engendrados en lo más profundo de mi alma para convertirse después en los descubrimientos más importantes de la humanidad.

Es por ello que, en mi infatigable labor, he despertado la admiración del mundo y he ayudado a los seres humanos a descifrar muchos de aquellos misterios que rondaron por sus mentes desde el origen de los tiempos. Siempre estuve ahí cuando se me necesitó, en todo lugar y en todo momento, eternamente comprometida con el despertar de la sabiduría, y, para sorpresa de muchos (que me quisieron tachar de mística e irreal), manteniéndome siempre firme con un ojo en el cielo y otro en la tierra, contemplando la realidad y aprendiendo con ella, siempre dispuesta a poner en entredicho todo aquello que emana de la propia esencia de nuestra existencia, de todo aquello que brota de la flor innata de nuestro pensamiento.

Soy vieja, es cierto, tan vieja que, por más que lo intento, soy incapaz de recordar la fecha de mi nacimiento. Pero, aunque vieja, sigo teniendo dentro de mí la llave del progreso, lo sé, lo siento. No se puede esperar menos de alguien como yo, curtida en las mil batallas del tiempo.

Quizás esto que os digo os pueda parecer excesivamente prepotente, no importa. Si lo hago es simplemente porque estoy convencida de que el verdadero progreso aún se encuentra encerrado en lo más profundo de mi corazón. Yo tengo las llaves de los cambios. Tengo la llave de la verdadera revolución. La revolución del pensamiento. La revolución del hombre nuevo. La revolución de los que sufren mientras son sometidos por el poder a la alienación y el adoctrinamiento.

Es por eso que me duele tanto verme así, atada de pies y manos, recluida en un ámbito académico casi elitista. No hace tanto, incluso, me han querido borrar de la educación de nuestros hijos, y casi llegué a sentir que no podía hacer nada por evitarlo. ¿No es ésta una razón de peso para tener miedo de lo que mis enemigos me puedan hacer en el futuro?

Sí, la verdad es que sí, lo tengo. Yo que nunca antes lo había sentido, ahora he de confesar que lo tengo. Pero no por mí, que yo ya he vivido suficiente. Lo tengo, sobre todo, por el devenir del mundo. Y es que parece que se han propuesto desterrarme de la que ha sido mi casa durante siglos, sacarme de un plumazo del ámbito de influencia de nuestros jóvenes estudiantes y relegarme en todos los ámbitos de la educación a un papel subordinado y secundario hasta verme muerta sin fuerzas, para poder así esconder triunfantes mi cadáver dentro del armario del aula que por tantos años fue mi santuario.

Quieren también sacarme de la calle. Alejarme del pueblo. Me etiquetan de perturbadora, para poder así después etiquetar de locos a quienes a mí se acercan.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es que yo misma soy consciente de que tal estrategia está teniendo éxito, de que, consecuentemente, ya no ejerzo fascinación entre los jóvenes, de que ya casi nadie quiere jugar conmigo lejos del mundo académico. Me han convertido ante los ojos del mundo en un instrumento de salón, casi en un ente decorativo, sin finalidad ni utilidad práctica. ¡Pero que equivocados están! Yo, aunque vieja, lo sigo siendo todo, sigo estando en todas partes; yo soy la vida misma. Soy el sol y soy la luna, soy el despertar y el dormirse, el nacimiento y la muerte, la luz y la oscuridad. Soy la cotidianeidad y la extravagancia, el sufrimiento y la ilusión, la enfermedad y la salvación. Soy alma y soy cuerpo, soy amante y soy enemiga, soy proyecto y soy pasotismo, soy fracaso y soy triunfo, soy verdad y soy mentira. Lo soy todo, todo, porque no hay nada en esta vida que no pueda ser analizado bajo la lupa de mis encantos. Y además, desde Marx, soy también la realidad misma en su devenir dialéctico. Transformar la realidad es mi cometido, mi proyecto. Lejos quedaron ya esos sesudos análisis intelectuales que a nada conducían en la realidad del mundo. Se siguen haciendo, pero yo misma los desprecio.

Ahora bien, yo sé que por mí misma no soy capaz de mover el hilo de los tiempos, únicamente sirvo para dar a los hombres las armas intelectuales necesarias con las que ellos mismos, con su acción, puedan hacerlo. Soy cuchillo y soy espada. Soy martillo y soy pistola. Soy la llama que prende la consciencia del hombre para iluminar los cambios. Soy la llave que abre la puerta del conocimiento, la fuerza que empuja a los seres humanos a descubrir los engaños que los dominan desde la estructura simbólica construida por el poder y a revelarse hasta poner fin a sus tormentos. Soy la luz que hace visibles las condiciones objetivas de penuria y explotación, y la tormenta que descarga el agua necesaria para que los pantanos subjetivos de la revolución puedan rebosar en el interior de la mente de los ciudadanos.

Por eso, después de siglos y siglos callada y escuchando, dejando hacer por mí a quienes venían a mi lado a dialogar conmigo, ahora no me ha quedado más remedio que tener que hablaros. Hablaros para deciros que necesito vuestra ayuda, hablaros para pediros que no me dejéis sola en estos delicados momentos que atormentan mis noches y convierten en pesadillas todos mis sueños. Hablaros para que entendáis que mi vida no tiene sentido si no es junto a vosotros, si no está destinada a servir de base para el desarrollo de vuestro pensamiento, si no es para que, desde mí, podáis sobrellevar vuestros sufrimientos, analizar vuestros comportamientos y dar respuesta de sentido útiles para vuestros proyectos de futuro. Los sabios me aman y me moldean, me visten y me besan, me engrandecen en sus universidades y me llevan por el mundo para que no se me olvide del todo, para que se siga sabiendo que estoy viva. Pero sois ustedes, los jóvenes, los obreros, los ciudadanos de la calle, los hombres y mujeres comunes, quienes me dais el don de la vida eterna. Por eso os pido que, una vez más, volváis a hacerlo.

Por favor, no dejéis que nada ni nadie, ni la ciencia oficial ni el poder burgués, me clave la puntilla en esta mi lenta agonía en la sociedad consumista-capitalista en la cual vivimos. Vuelvan a mí con los brazos abiertos y sembremos entre todos las semillas que hagan crecer con fuerza las verdes alamedas por donde pueda pasar el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Firmado: Doña Filosofía.

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