sábado, 17 de enero de 2009

Independentismo y lucha armada


Alguien dijo una vez que las ideas no podrían sobrevivir de no confundirse en su debate unos argumentos con otros. Solo así se puede pensar que algún día la ciencia política pueda evolucionar hacia el sentido común. Confundir la velocidad con el tocino es algo que se ha dado, se da y se dará mientras el hombre sea hombre, y las ideologías se enfrenten unas con otras. Desgraciadamente, a veces estas confusiones llevan a algunas personas a justificar de una forma errónea y totalmente subjetiva ciertos comportamientos a todas luces inaceptables, por el simple hecho de coincidir puntualmente con algunas de las cuestiones planteadas por quienes llevan acabo tales acciones injustificables. Un claro ejemplo de esta forma errónea de entender la política, lo podemos encontrar en la voz de aquellos individuos que, amparándose en una supuesta lucha contra el Estado español desde el nacionalismo independentista, creen encontrar un apoyo para su causa en la lucha armada de la organización armada ETA. Nada más lejos de la realidad. Defender la acción armada de ETA sólo porque dicha organización se declare abiertamente independentista, no me parece un posicionamiento aceptable, en primer lugar por cuestiones morales, pero, sobre todo, y ante todo, porque con la defensa de tal organización los independentistas están tirando piedras sobre su propio tejado.

Esto es, quienes así piensan, en una cosa se equivocan de pleno: a diferencia de lo que ellos puedan creer, ETA no hace hoy día ningún favor a la lucha de los pueblos y naciones del estado español por su liberación. Todo lo contrario. ETA es el argumento principal que desde el estado español y sus gobiernos (sean del signo que sean) se da para impedir el verdadero debate nacionalista antes de que empiece si quiera a desarrollarse. ETA es la particular y vergonzante “reductio a Hilerum” del Estado español respecto del independentismo de los pueblos y naciones en lucha contra la opresión política de dicho estado. Que a nadie le quepa la más mínima duda que mientras exista ETA, en este Estado jamás se podrá hablar de procesos nacionalistas. El argumento de ETA es tan fuerte, tiene un contenido moral tan poderoso, tiene un peso político tan influyente, que incluso es capaz de paralizar la voz soberana de los pueblos en lucha. En un escenario de paz, sin presión armada, sin amenazas de muerte, ¿A qué se podría agarrar el estado español para negar a los pueblos sus derechos nacionales sin ser tachado abiertamente de autoritario y antidemocrático?

Debe quedar claro, por tanto, que, en mi opinión, a día de hoy ETA es el principal muro que paraliza el progreso del nacionalismo independentista en el Estado español. ETA no representa ni defiende la liberación del pueblo vasco (baste decir que más de un 80% de él se declara abiertamente contrario a la lucha armada), y, con más razón si cabe, ETA no representa ni defiende la liberación de ningún otro pueblo del estado español. ETA simplemente es una losa para nuestras reivindicaciones.

El debate, por absurdo que pueda parecer plantear esta disyuntiva, no es ETA sí o ETA no. Eso es precisamente lo que buscan quienes niegan los derechos nacionales de los pueblos de Iberia. El debate, la lucha de todo el nacionalismo interior (desde el vasco al andaluz), en primer lugar pasa por acabar con esta lacra política que supone ETA, para, una vez conseguido esto, pelear con toda la fuerza que dan los votos y los procesos sociales para poner al estado español contra las cuerdas -democráticamente hablando-, es decir, luchar democráticamente hasta forzarlo políticamente a ceder a las reivindicaciones mayoritarias de los pueblos.

Sólo en caso de que, una vez acallada la lucha armada de ETA, el estado Español se negase sistemáticamente a reconocer los derechos nacionales de aquellos pueblos que así lo hayan reivindicado de manera mayoritaria a través de la vía político-democrática, la lucha armada, como única vía para poder exigir lo que no es posible hacer mediante los votos y las luchas sociales, quedaría plenamente legitimada, una vez además esta imposibilidad haya quedado demostrada.

Sin embargo, entiendo que a día de hoy tal imposibilidad no ha quedado demostrada aún, en tanto y cuanto desde la muerte de Franco en adelante no hemos podido vivir aún en un escenario de ausencia real de violencia armada, un escenario que permitiese expresarse a los pueblos de manera libre y sin coerciones de ningún tipo. Si este escenario se diera, y aún así el estado español se negase por medio de su posición de fuerza jurídica, política y/o militar a conceder a los pueblos los legítimos derechos que han reivindicado mayoritariamente a través de las vías democráticas pertinentes, sería el primero en apoyar la lucha armada de cualquiera de esos pueblos en contra del Estado, por entender que no habría otra manera posible de reivindicar lo que en justicia les pertenece, además de entender que tales actos contarían con el apoyo mayoritario de ese mismo pueblo que se ha expresado a través de las urnas y de las movilizaciones y se le ha dicho NO por pura aplicación de la fuerza (jurídica, política y/o militar). Pero considero que aún no podemos hablar de que sea ese el caso que nos atañe como independentistas dentro del marco del estado español.

Que el Estado sea claramente represor y opresor respecto de los derechos nacionales de los pueblos, que en concreto actúe de manera impune cuando de la represión y la opresión a los miembros de la izquierda Abertzale y otros independentistas gallegos, andaluces, catalanes o canarios se trata, a mi modo de ver no justifica en absoluto tener que apoyar los atentados de la organización armada ETA, básicamente porque tal apoyo supone un retroceso más que un avance en la búsqueda del reconocimiento de la soberanía y los derechos nacionales de los pueblos en lucha dentro del estado. Cada acción represora del estado debe ser convenientemente denunciada y combatida en la medida de lo posible, pero eso no implica en absoluto tener que apoyar una respuesta armada a tales acciones. La lucha fundamental en este caso es la lucha en pos de la autodeterminación y la independencia, y esa lucha, guste más o guste menos, jamás podrá salir victoriosa, ni para Euskal Herría ni para nadie, mientras ETA siga actuando en el marco del estado español.

Luchemos pues todos los independentistas juntos por el fin de ETA, unámonos en la batalla por el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de nuestras respectivas naciones, forcemos al estado a llevar a cabo una reforma urgente de la constitución (eso de patria común e indivisible es profundamente antidemocrático), esa debe ser nuestra lucha común. No quepa duda de que con argumentos políticos sobre la mesa, en un escenario de paz y sin amenazas, con mayorías políticas consolidadas y los procesos soberanistas apoyados de manera tangible por mayorías sociales en elecciones y otras convocatorias libres y democráticas, el estado español acabaría cediendo a la presión (nacional, estatal e internacional) de los votos y la fuerza de la palabra, y así, finalmente, los pueblos en lucha política del estado acabarían por imponer en el parlamento estatal su voz y sus decisiones. En pocas palabras: conseguir sus objetivos políticos soberanistas.

Me niego a creer que, caso contrario, España estuviera dispuesta a legitimar una guerra contra ella que ya no se podría maquillar ante el mundo como fruto de la acción de unos cuantos terroristas que no saben hacer otra cosa más que matar, sino que a la luz de toda la comunidad internacional vendría a ser la consecuencia directa de la negación sistemática de unos derechos que libre y democráticamente han reivindicado los pueblos. Serían muchos entonces los países que entenderían e incluso podrían llegar a dar cobertura política a esta lucha, a diferencia de lo que ocurre hoy donde absolutamente ningún Estado, ni si quiera los más combatientes y reivindicativos, se atreve a legitimar o dar cobertura política a las acciones armadas de la organización ETA. Por algo será.

3 comentarios:

  1. Te he leído porque alguien ha llevado a uno de los foros de El País este comentario. Evidentemente porque le ha gustado. A mí, en cambio, me parece que quieres hablar de lo que no tienes ni idea. ¿Me puedes decir cuales son "los derechos legítimos de los pueblos" y de dónde procede esa legitimad?
    Si puedes léete el libro del político canadiense Stephane Dyon "La política de la claridad". Tienes unos cuantos artículos que te ayudaran a reflexionar sobre lo que escribes. Seguro que esos derechos de que hablas no son mayores que los del pueblo quebequés, salvo que te parezca bien lo que dice el lehendakari de algunos vascos (y vascas) "la verdadera Constitución de los vascos son los fueros", y ahí lo tienes, no se ha muerto de vergüenza ni nadie le afea semejante estupidez. Tal vez sea porque predomina sobre la razón.

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  3. Hola. Respeto tu punto de vista aunque, evidentemente, no lo comparto. Los derechos de los pueblos son muchos, sin ir más lejos toda la lista de Derechos humanos de primera, segunda y hasta quinta generación, porque los pueblos no son entes metafísicos, sino entidades concretas formadas por personas concretas que tienen esos derechos. Y de ahí, precisamente de ahí, es de donde emanan lo que podemos considerar los "derechos políticos de los pueblos". Es decir, la soberanía y el derecho a la autodeterminación. No hace falta recordar que ambos son derechos reconocidos por la legalidad internacional y amparados por la propia ONU. Se me hace muy pesado el debate metafísico acerca de qué es un "pueblo" (nación) y qué no. Evidentemente hace falta la existencia de cierta legitimidad histórica, territorial, cultural, lingüística, etc., pero por encima de todo eso está la voluntad que emana de la decisión individual de cada uno de sus ciudadanos. Si la amplia mayoría de los vascos, catalanes, andaluces, etc., consideran que son nación y que, como tal, tienen derecho a la soberanía y la autodeterminación, pues así ha de ser. Lo contrario es un acto flagrante de imposición, autoritarismo y comportamiento anti-democrático. Ningún pueblo es lo suficientemente poderoso como para gobernar a otro sin su consentimiento. Y así debe ser respetado sí lo que se quiere es vivir realmente en paz, libertad y democracia. Todo lo que no sea eso, traerá serios problemas a corto, medio y largo plazo. Saludos

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