lunes, 26 de enero de 2009

El pan nuestro de cada día


No hay día que pase que no se conozca en algún punto del estado la presentación de un nuevo ERE o el anuncio de un nuevo cierre de alguna fábrica. Concretamente, el número de expedientes de regulación de empleo (ERE) autorizados por las autoridades laborales en los o­nce primeros meses de 2008 subió un 35,6% interanual, hasta sumar 4.719 expedientes, según datos oficiales aportados recientemente por el ministerio de Trabajo. Hasta el momento, estos planes afectan ya a 95.066 trabajadores, un 80% más que en el año 2007. En realidad, no deja de ser una cifra bastante baja si la ponemos en comparación con los más de 800.000 trabajadores que han perdido su empleo en el último año, también según nos dicen los datos oficiales hechos públicos en fechas recientes por las instituciones pertinentes. Todo esto, claro está, sin contar con los trabajadores del “sector informal” que igualmente han tenido que dejar sus correspondientes puestos de trabajo, obligados por la situación. Entre unas cosas y otras la realidad es que se destruyen en España del orden de unos 2200 puestos de trabajo al día. El goteo es incesante y esto no ha hecho más que comenzar.

Aunque lo realmente curioso y significativo de la situación actual no son los despidos y perdidas de puestos de trabajo en sí (esto ocurre de igual manera habiendo crisis o sin haberla, según el capricho del empresario de turno), sino que se está demostrando que en su inmensa mayoría estas empresas que están aprovechando la coyuntura socio-económica para despedir trabajadores en masa, lanzar su correspondiente ERE, o, simplemente, cerrar el grifo de las nuevas contrataciones que pudieran compensar los despidos masivos realizados por otras empresas, son empresas perfectamente rentables o que de algún modo deberían tener cierto nivel de compromiso social con la región en la que se ubican, bien porque a pesar de todo siguen generando pingües beneficios, bien porque han recibido enormes cantidades de dinero público a modo de subvenciones teledirigidas u otras cuestiones por el estilo.

Como ejemplo más evidente de esta dinámica, tenemos el caso paradigmático de Telefónica, una de las empresas que generan un mayor volumen de beneficios en el marco del estado español (8900 millones de euros en 2007), y que aún así ha presentado recientemente un ERE en su filial de telefonía móvil que afecta a más de 500 trabajadores y otro en Telefónica Soluciones que afecta a otros 200 empleados. Pero hay muchos más ejemplos. Desde grandes empresas y multinacionales como Iveco (52 millones de Euros de beneficio neto en 2007), Corporación Alimentaria Peñasanta –mediante la Central Lechera Asturiana- (5´9 millones de beneficio), Nissan (566 millones), SEAT (170 millones y su empresa-madre Volkswagen 4120 millones), Ericsson (1039 millones), HP (7300 millones de $), Holcim (1400 millones en los primeros nueve meses de 2008), Torraspapel (15 millones), Acerinox (312 millones) y tantos otros ejemplos que podríamos dar, a otras empresas de menor tamaño en todos y cada uno de los rincones del estado (Que cada cual haga su propia lista con los casos que conoce sólo en las localidad y poblaciones de su entorno), son multitud las sociedades que están aprovechando el auge mediático de la crisis para justificar sus decisiones en el recorte de personal o cierre de fábricas, aún cuando año tras año presentan unos márgenes de beneficios en muchos casos escandalosos. Sobre decir que cuando estas empresas iban la mar de bien (es decir, ganaban más todavía de lo que ganan ahora) ningún obrero recibió por ello una compensación extra en forma de aumento de sueldo, aumento de los días de vacaciones o decisiones por el estilo. Es decir, cuando las cosas van viento en popa, la empresa le da al trabajador una palmadita en la espalda y como mucho las gracias, pero en el momento en que se empieza a producir cierto retroceso en el volumen de negocio o el margen de beneficios, la patada en el culo es el primer recurso, y sin gracias de ningún tipo.

El problema aquí, como se habrá podido comprobar por el seguimiento de los enlaces propuestos, es que prácticamente la mayoría de las empresas que superen los 50 trabajadores en nómina no barajan la estabilidad de sus cuentas en función de los beneficios obtenidos en un año concreto, si no en función del % de aumento o disminución de los beneficios en relación a los resultados del año anterior. Así, si una empresa en 2007 ganó 10 millones de euros, y en 2008 ha ganado 9 millones de euros, el resultado importante para ellos no será el haber ganado 9 millones de euros en un solo año, sino el haber perdido un 10% de beneficios respecto del año anterior. Esas cuentas serán consideradas negativas y se tomarán las medidas de reducción de costes oportunas (despedir currantes y forzar a los que se queden a aumentar su productividad per cápita). Otras empresas incluso aumentando sus beneficios de un año para otro aprovechan la coyuntura de la crisis para reducir plantillas y garantizar así que sus resultados no cambien para los años venideros. Claro, esto no es otra cosa que el modelo de acción empresarial que se desprende de la regla lógico-matemática por excelencia del capitalismo: reducir costes para aumentar beneficios. Y máxime ahora que la inflación se ha detenido y están empezando a bajar los precios, amén de que los bancos no dan créditos para la financiación privada ni a la de tres. La reducción de plantillas y el cierre de fábricas se convierte así en una necesidad casi categórica para que las empresas no pierdan sus márgenes de beneficios. Así funcionan las cosas.

Lo más triste de todo es que la mayoría de estos despidos masivos de trabajadores se realizan en connivencia con los que suelen ser en estos casos los mayores cómplices de los empresarios avariciosos y sin escrúpulos: los sindicatos "oficiales". Sindicatos que al depender del Estado para su financiación no tienen reparo alguno en venderse por un plato de lentejas siempre y cuando sus militantes y representados más ilustres y pelotilleros saquen buena tajada. Sobra decirlo, pero es evidente que cada día que pasa se hace más necesaria la vuelta a unos sindicatos libres, autofinanciados y con carácter de clase. No puede haber otro camino si de verdad se quiere que los derechos de los trabajadores puedan ser defendidos de la manera que merecen frente a los abusos del poder político y de la patronal.

Pero claro, mientras los trabajadores sigan pensando que UGT y CCOO son quienes mejor defienden sus intereses frente a la patronal, mientras en las propias empresas se fomente de manera consentida por la ley la afiliación masiva a estos sindicatos, y mientras los sindicatos minoritarios y de clase tengan que verse sometidos a toda la presión que en su contra se ejerce desde los poderes establecidos por estos sindicatos dentro de las diferentes empresas en connivencia con la dirección y la patronal, quedarán todavía muchos años en los que millones de trabajadores saldrán con cara de tontos de sus respectivas empresas sabiendo que los echan como a perros mientras año tras año la plusvalía que han generado con su fuerza de trabajo no ha dejado de proporcionar voluminosos beneficios a esos empresarios que ahora le dan, a la primera de cambio, una patada en el culo. Sentirse utilizado como mera mercancía sin rostro es lo menos que debe sentir cualquier trabajador que pase por este proceso.

Aunque, a decir verdad, no hace falta ser demasiado avispado para saber que en el 90% de las empresas los trabajadores no son otra cosa sino eso, por más que en nuestro fuero interior, asumiendo las posiciones más sumisas y alienadas, nos neguemos a afrontarlo. Y es que afrontar racionalmente tan desagradable situación sería poco menos que abrir de par en par la puerta a los cambios revolucionarios. Y es precisamente eso, los cambios revolucionarios, lo que más miedo genera en quien cree tener un puesto de trabajo medianamente estable y consolidado. O como dice un amigo: se prefiere la certidumbre de la esclavitud al misterio de la libertad.

Lo trágico es que aún así, a pesar del vasallaje que impera por norma en la mentalidad del trabajador frente al capitalismo (¿o será tal vez como consecuencia de?), cuando ellos lo creen conveniente, te despiden y punto, tengan o no tengan razones económicas verdaderamente objetivas para ello. Vamos, que, como se suele decir en lenguaje cañí, además de cornudos, apaleados. Pero, ¿hasta cuándo podrán seguir manteniendo con engaños el cuento capitalista de empresarios, liberados sindicales, banqueros, políticos y otros especímenes por el estilo que viven a costa del sudor y las penurias del proletariado y demás clases trabajadoras explotadas?



www.pedrohonrubia.com

1 comentario:

  1. Hecha la ley, hecha la trampa!
    Lo que no se los permite una, lo justifican con otra.
    Gran empresario, mente fría; buen empresario, involucrado con la causa!!!

    Te sigo y te espero en mi blog!!!

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